lunes, 17 de noviembre de 2014

117.- LA PARÁBOLA DE LA MISERICORDIA

El hijo pródigo

LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO

Un hombre tenía dos hijos, y dijo el más joven al padre: Padre, dame la parte de hacienda que me corresponde. Les dividió la hacienda y, pasados pocos días, el más joven, reuniéndolo todo, partió a tierras lejanas y allí disipó toda su hacienda viviendo disolutamente.
Después de haberlo gastado todo, sobrevino una gran hambre en aquella tierra y comenzó a sentir necesidad. Se puso a servir a un ciudadano que le mandó a cuidar puercos. Deseaba llenar su estómago con las algarrobas que comían los puercos, y no le era permitido.


Volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros. Y levantándose se vino a su padre.
Cuando aún estaba lejos, viole el padre y, compadecido, corrió hacia él, y se arrojó a su cuello y le cubrió de besos.
Díjole el hijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: Pronto, traed la túnica más rica y vestídsela, poned un anillo en su mano y unas sandalias en sus pies, y traed un becerro bien cebado y matadle, y comamos y alegrémonos, porque este mi hijo, que había muerto, ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado. Y se pusieron a celebrar la fiesta.
El hijo mayor se hallaba en el campo y cuando, de vuelta, se acercaba a la casa, oyó la música y los coros, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: Ha vuelto tu hermano y tu padre ha mandado matar un becerro cebado, porque le ha recobrado sano.
Él se enojó y no quería entrar; pero su padre salió y le llamo. Él respondió y dijo a su padre: Hace ya tantos años que te sirvo sin jamás haber tras pasado tus mandatos, y nunca me diste un cabrito para hacer fiesta con mis amigos, y al venir este hijo tuyo, que ha consumido su fortuna con rameras, le matas un becerro cebado. Él le dijo: Hijo, tú estás siempre conmigo, y todos mis bienes tuyos son; mas era preciso hacer fiesta, porque este tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado” (Lc 15, 11-32)

Asistimos, en esta parábola, a un drama en dos actos
Acto primero: Acumula en dos personajes toda la miseria de que es capaz el ser humano, el comportamiento de uno y otro hijo representa la mezquindad en sus diversas vertientes.
Acto segundo: Canta la misericordia del padre, que perdona al hijo menor y comprende al mayor.

Personajes de la parábola
El hijo menor:
Hace a su padre una petición insólita y en total contradicción con la tradición de la época: “Dame la parte de herencia que me corresponde”. La petición está fuera de lugar, porque el hijo no tiene derecho alguno sobre la herencia hasta la muerte del padre.
La petición encierra una grave ofensa al padre, un rechazo del hogar en el que ha nacido y ha sido alimentado, es un corte drástico con la forma de vivir, de pensar y de actuar, una ruptura con las raíces de la familia transmitidas de generación en generación, como un legado sagrado, y que tanto satisfacen al padre, y dan a la familia todo su valor: la generosidad, la gratuidad y la unidad de sus miembros. Además de ofender gravemente a su padre, la petición del hijo menor es una traición a los valores de su familia.
Partió a tierras lejanas”:
Es un hijo rebelde, insatisfecho, que se marcha de casa para buscar lejos su felicidad. Es un inconsciente, un engreído, que se cree autosuficiente, como tantos jóvenes de nuestra sociedad que se marchan de sus hogares en busca de nuevas experiencias, alejándose de la seguridad amorosa de los padres, para caer en peligros y situaciones que ni siquiera sospechan. Es una situación que, por repetida, no deja de ser siempre nueva, desconcertante y dolorosa para todos, en especial para los padres.
El hijo menor toca fondo cuando se ve acuciado por el hambre y no le es permitido satisfacerla con las algarrobas de los cerdos. Razona con lucidez, vuelve en sí y actúa: Me levantaré e iré a mi padre.
¡Ojalá que la sensatez vuelva a las mentes de tantos jóvenes que se lanzan en pos de aventuras peligrosas, sin darse cuenta de ello hasta sentir el vacío del hogar paterno!
El hijo mayor: Es un hijo trabajador, un hijo fiel y obediente para con su padre; pero es un hijo egoísta. Está demasiado lleno de sí mismo para comprender que el amor es más importante que los bienes materiales, y que él necesita el amor de su padre.
En la familia, el valor primordial es el amor entre sus miembros; de nada sirven las riquezas materiales si no van acompañadas por el amor familiar.
El amor es algo consustancial al ser humano; nadie puede vivir sin él. Es el valor fundamental de la vida humana, imprescindible, desde la más tierna infancia, para el desarrollo integral del ser.
Los padres tenemos la enorme responsabilidad de educar a nuestros hijos en el amor y para el amor. En el amor, porque es lo más valioso para los hijos. De nada valen los valiosos regalos o las generosas pagas que les demos, si echan de menos nuestro cariño, nuestra compañía y nuestro amor, Con él, crecerán contentos y felices, aunque tengan menos de otras cosas; sin él, crecerán raquíticos física y psíquicamente, vivirán amargados e inseguros.
        El padre: Primero obra según la costumbre y da al hijo menor la parte de la hacienda que le corresponde. Consumado por el hijo el abandono del hogar, el padre espera contra toda esperanza; nunca de rinde; todos los días sale al altozano para otear el horizonte por si ve volver a su hijo.
Un día le ve de lejos y corre hacia él, se arroja a su cuello y le cubre de besos. Llegados a casa, celebra el retorno con una gran fiesta. Perdona al hijo menor y corrige al mayor invitándole a participar en la fiesta del amor familiar.

Significado de la parábola
Con toda propiedad se ha dicho que esta parábola es un documento notarial en el que Cristo da fe de dos identidades: la de Dios-Padre y la del ser humano.
          Identidad de Dios-Padre: 
Es el Padre que no discrimina a sus hijos, que siempre perdona y espera el retorno del hijo extraviado. El rostro afligido del padre y su encuentro amoroso con el hijo pródigo constituyen el retrato más expresivo y fiel del amor, de la compasión y de la misericordia de Dios. El oficio de Dios es amar. Sólo Él puede amar de esta manera, porque sólo Él se ha definido Amor (I Jn 4,8).
En esta parábola, el personaje del padre toca el corazón de todo hombre, haciendo brotar los latidos de ternura, y pasar del egoísmo a la entrega, del corazón cerrado al corazón abierto. Es un clavo de ternura hundido en el corazón del hombre pecador, de todos los hombres pecadores. Todo ser humano, por muy pecador que sea, podrá resistirse a la verdad y a la belleza, pero se rendirá ante la ternura y el amor. El amor todo lo puede, todo lo vence, todo lo olvida, todo lo perdona. Así es Dios con el hombre y así deberíamos ser los hombres y mujeres, unos con otros.
      Identidad del ser humano: 
El hijo menor representa a todos los pecadores. Todos, a lo largo de nuestras vidas, hemos hecho infinidad de tonterías, con detrimento de nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos. Somos reincidentes, puesto que, una y otra vez, volvemos a tropezar con la misma piedra. Estamos atrapados en un círculo de caída-arrepentimiento, para volver a caer y volver a arrepentirnos. Es el círculo de la fragilidad humana, la cabeza y el corazón tratan de elevarnos hacia Dios, pero los pies de barro nos mantienen en el lodo de la tierra.
El hijo mayor es el prototipo de los cumplidores, de los que están siempre en la casa del padre y cumplen con sus obligaciones. Pero, a veces, tanto el cumplimiento como las obligaciones son algo externo y ritual, que no alcanza la profundidad del amor. Nuestros templos contemplan, con harta frecuencia, a muchos cumplidores estrictos de las normas pero vacíos del amor a los hermanos. Se les puede aplicar, con toda razón, la frase de la Escritura: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.”
Paradójicamente, al final, el hijo menor de la parábola es el ejemplo a imitar porque, arrepentido de sus maldades, vuelve al amor del padre, mientras que es rechazable la conducta final del hijo mayor que presume de haber estado siempre en la casa paterna, pero que muestra un corazón cerrado por el egoísmo e impenetrable al amor.


También en la parábola se cumple la palabra del Señor: “Los últimos serán los primeros”

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