domingo, 25 de noviembre de 2012

52.- LA JUSTA VALORACIÓN


“¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿de qué te glorías, como si no lo hubieses recibido?” (I Cor 4,7).                                           
Estoy convencido de que la humildad no es supra ni infravalorarse, es decir, no es aumentar ni disminuir las propias capacidades. La humildad no tiene nada que ver con “supra”,ni con "infra".
   
                                                                           La humildad es la justa valoración de  mismo.La humildad no es aumentar las propias capacidades, inflarlas como globos; ni disminuirlas hasta el límite de querer hacerlas desaparecer. La humildad es otra cosa: Es reconocer las  capacidades en  su justa medida y como dones recibidos de Dios.                                               Cada cual tiene unos dones y cualidades, ni más ni menos. Es inútil pretender inflarlas, pues a la hora del rendimiento, éste será proporcionado a las cualidades reales  y no a las imaginarias que nos hayamos atribuído con afán de grandeza o por pura soberbia.
Valorarse a la baja es sumamente perjudicial, porque incapacita para hacer muchas cosas por dejarse llevar de ese sentimiento de inferioridad.
Ambas valoraciones, a la alta y a la baja, son perjudiciales, aunque en distinto grado. Los que se inflan, no tardarán en desinflarse al contacto con la realidad, que les pondrá en su verdadero lugar, dándoles, sin duda, la medida de sus talentos y capacidades, haciéndoles bajar del mundo imaginario al real y concreto de la vida.
La ambición, que no debe confundirse con el afán de superación, suele traer malas consecuencias. Muchos, por creerse lo que no eran, han ocupado puestos en las empresas y en la sociedad  para los que no estaban preparados, lo que, con el tiempo, les ha llevado a la caída social y, todavía peor, a la incapacidad personal. Los psicólogos y psiquiatras tratan todos los días muchos de estos casos.
Los que se desinflan o minusvaloran son también perjudicados porque su mismo juicio erróneo les incapacita, de algún modo, para llevar a cabo acciones proporcionadas al valor real de sus talentos. Para evitar ambas apreciaciones incorrectas es preciso llegar a la  aceptación de sí mismo, tal cual uno es.

La aceptación de uno mismo es el punto de partida para caminar por la vida y hacer fructificar los propios talentos.
Es difícil, pero eso es lo deseable, permanecer en el punto justo: Reconocer los dones recibidos de Dios y trabajar con ellos en la consecución de nuestras metas.
Cada cual tiene su misión en la vida y los talentos nos han sido dados por Dios para hacerlos fructificar, no para inflarlos ni enterrarlos en vanas utopías que nada tienen que ver con la realidad viva de las personas. ¡Cuántos talentos se pierden sin producir los frutos para los que están capacitados!
Hay quien se contenta con hacer las cosas a medias, para salir del paso; sin buscar la perfección en nada de lo que hace. Son personas mediocres, no por falta de talento sino por molicie, por falta de voluntad, por dejadez y desinterés.
También hay muchos talentos que se pierden por falta de oportunidad para desarrollarse; hijos de familias humildes que no logran las metas adecuadas a sus talentos por falta de medios económicos. Es una obligación de las autoridades proporcionar a todos la igualdad de oportunidades, de estudio y de capacitación, para que todos puedan hacer fructificar sus talentos.

Acéptate tal cual eres y da gracias a Dios por ello.
Él nos hizo con diferentes capacidades porque también son muy diversas las metas de unos y otros. Lo importante para la propia felicidad y realización personal no es lograr las metas más altas de la sociedad, sino las más adecuadas a las propias capacidades.
  



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