“¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿de qué te glorías, como si no lo hubieses recibido?” (I Cor 4,7).
Estoy convencido de que la humildad no es supra ni infravalorarse, es decir, no es aumentar ni disminuir las propias capacidades. La humildad no tiene nada que ver con “supra”,ni con "infra".
La humildad es la justa valoración de sí mismo.La humildad no es aumentar las propias capacidades, inflarlas como globos; ni disminuirlas hasta el límite de querer hacerlas desaparecer. La humildad es otra cosa: Es reconocer las capacidades en su justa medida y como dones recibidos de Dios. Cada cual tiene unos dones y cualidades, ni más ni menos. Es inútil pretender inflarlas, pues a la hora del rendimiento, éste será proporcionado a las cualidades reales y no a las imaginarias que nos hayamos atribuído con afán de grandeza o por pura soberbia.
Valorarse a la baja es sumamente perjudicial, porque
incapacita para hacer muchas cosas por dejarse llevar de ese sentimiento de
inferioridad.
Ambas valoraciones, a la alta y a la baja, son
perjudiciales, aunque en distinto grado. Los que se inflan, no tardarán en
desinflarse al contacto con la realidad, que les pondrá en su verdadero lugar,
dándoles, sin duda, la medida de sus talentos y capacidades, haciéndoles bajar
del mundo imaginario al real y concreto de la vida.
La ambición, que no debe confundirse con el afán de
superación, suele traer malas consecuencias. Muchos, por creerse lo que no
eran, han ocupado puestos en las empresas y en la sociedad para los que no estaban preparados, lo que,
con el tiempo, les ha llevado a la caída social y, todavía peor, a la
incapacidad personal. Los psicólogos y psiquiatras tratan todos los días muchos
de estos casos.
Los que se desinflan o minusvaloran son también
perjudicados porque su mismo juicio erróneo les incapacita, de algún modo, para
llevar a cabo acciones proporcionadas al valor real de sus talentos. Para
evitar ambas apreciaciones incorrectas es preciso llegar a la aceptación de sí mismo, tal cual uno es.
La aceptación de uno mismo
es el punto de partida para caminar por la vida y hacer fructificar los propios
talentos.
Es difícil, pero eso es lo deseable, permanecer en el punto justo:
Reconocer los dones recibidos de Dios y trabajar con ellos en la consecución de
nuestras metas.
Cada cual tiene su misión en la vida y los talentos nos han sido dados
por Dios para hacerlos fructificar, no para inflarlos ni enterrarlos en vanas
utopías que nada tienen que ver con la realidad viva de las personas. ¡Cuántos
talentos se pierden sin producir los frutos para los que están capacitados!
Hay quien se contenta con hacer las cosas a medias, para salir del
paso; sin buscar la perfección en nada de lo que hace. Son personas mediocres,
no por falta de talento sino por molicie, por falta de voluntad, por dejadez y
desinterés.
También hay muchos talentos que se pierden por falta de oportunidad
para desarrollarse; hijos de familias humildes que no logran las metas
adecuadas a sus talentos por falta de medios económicos. Es una obligación de
las autoridades proporcionar a todos la igualdad de oportunidades, de estudio y
de capacitación, para que todos puedan hacer fructificar sus talentos.
Acéptate tal cual eres y da gracias a Dios por ello.
Él nos hizo
con diferentes capacidades porque también son muy diversas las metas de unos y
otros. Lo importante para la propia felicidad y realización personal no es
lograr las metas más altas de la sociedad, sino las más adecuadas a las propias
capacidades.
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