domingo, 25 de noviembre de 2012

53.- LA IGLESIA DESEADA


Todos sabemos que la Iglesia es "una" 

      Lo confesamos en el “credo” y cuando cantamos “una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre”. La Iglesia la conformamos todo el Pueblo de Dios, dentro del cual hay que situar tanto a la jerarquía como a los laicos.
Dentro de nuestra Iglesia hay diversas corrientes y formas de pensar; todas legítimas, seguramente unas más que otras, que coinciden en el credo pero difieren notablemente en el modo de ejercer la función eclesial. En este ciclo sobre Pedro Casaldáliga, quiero reflexionar hoy sobre la Iglesia que yo amo y deseo.

1º.- Deseo que sea Iglesia de los pobres. “Dios quiere que todos los hombres se salven” (1 Tim 2,4). El mensaje de Jesús se dirige a todo la humanidad, también a los ricos; pero, la predilección es clara: Él vino “para evangelizar a los pobres, anunciar la liberación a los cautivos, a los ciegos la recuperación de la vista y poner en libertad a los oprimidos” (Lc 4,18) Muchos pasajes de las Escrituras muestran esta predilección de Dios.
La Iglesia es la institución que, en todo el mundo, mantiene abiertos más centros asistenciales para los necesitados, es, por tanto, quien mejor sustenta la esperanza de los pobres y abandonados de la sociedad. Al mismo tiempo, la misma Iglesia, en su oficialidad, en sus estructuras y en su rutina de vida religiosa, con demasiada frecuencia, ha sido y es piedra de escándalo para los pobres por su estrecha alianza con los ricos.   
Esta Iglesia peregrina en el mundo  hacia la etapa definitiva junto al Padre y como peregrina le incumbe no sólo la oración y el sacrificio del Cordero sino también llevar la Buena Nueva (evangelizar) a los pobres y la liberación a los oprimidos, no sólo de palabra sino de hecho.

2º.- Deseo que la Iglesia aparezca pobre en sus manifestaciones externas
Es una institución de servicio a la humanidad, sobre todo a los pobres, pero ya hace muchos siglos que se convirtió en una institución de poder temporal y adoptó, en muchas de sus manifestaciones externas, la ampulosidad en las formas y vestimentas propias más de príncipes terrenales que de humildes servidores del Evangelio.
En este sentido, la misma frase “príncipe de la Iglesia”, empleada para denominar a los cardenales, me parece escandalosa. E igualmente, toda la corte de títulos empleados en y por la Curia romana, incluidos los de “Su Santidad” y “Santo Padre”, están más cerca de los usos palaciegos de los emperadores y reyes que de los heraldos de la Buena Nueva.
¿Qué piensan los pobres del boato de la Sede apostólica? 
A primera vista lo ven como un espectáculo, igual que cuando pasa un cortejo real; pero, en la intimidad, ese boato les es ajeno y lo rechazan por ser contrario a la pobreza predicada por el Evangelio.
Los pobres no reconocen a Jesús tocado con mitra, báculo, anillo de oro, vestido y calzado carísimos. El “siervo de los siervos de Dios”, título precioso que ostenta el sucesor de San Pedro, no casa bien con tales símbolos externos, aunque, como es bien sabido, por lo menos los últimos Papas, en su vida privada, han sido verdaderamente sencillos. Pero, no basta con serlo, hay que parecerlo.

3º.- Jubilación y renuncia. 
Deseo que el Papa, igual que los demás obispos y cardenales, se jubile a los 75 años. La norma debe ser general para evitar agravios comparativos. El Papa, cuando lo aconseje la prudencia y sin que nadie pueda imponérselo, debe tomar la decisión de renunciar. La decisión es sólo suya.

4º.- Deseo una Iglesia más participativa, a todos los niveles
Los dicasterios vaticanos hacen muchas cosas que deberían ser hechas por las Conferencias Episcopales Nacionales. Hay exceso de centralización, con riesgo de identificar a la Iglesia exclusivamente con el Papa y el Vaticano.
Es urgente la reforma de la Curia romana para que sólo coopere con el Papa en el ejercicio de supervisión y no sustituya al Colegio Apostólico.

5º.-La Primacía del Papa y la Colegialidad de los Obispos.
El Papa es el sucesor de Pedro, a quien dijo Jesús: “Apacienta mis ovejas” (Jn 21,18) y “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18), “confirma a tus hermanos”. 
El Nuevo Testamento pone de relieve la preeminencia de Pedro, pero sin olvidar que la dirección de la Iglesia era colegial. Jesús dijo a todos los apóstoles: “en verdad os digo, cuanto atareis en la tierra será atado en el cielo, y cuanto desatareis en la tierra será desatado en el cielo” (Mt 18,18), la dirección colegial la prueban también el Bautismo de Cornelio (Hch 11,1-18), el Concilio de Jerusalén (Hch 15,1-35) y el incidente de Antioquia (Gal 2, 11-14).
Se debe abrir la puerta a la creatividad de las Iglesias nacionales, sus obispos necesitan más campo y más libertad de actuación, bajo la supervisión del Papa, para poder presentar la fe a los pobres como auténtica Buena Nueva. El obispo diocesano debe dejar definitivamente el “palacio”, signo del poder temporal de otros tiempos, y abrirse a sus sacerdotes y fieles con sencillez de hermano en la fe.



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