Todos sabemos que la Iglesia es "una"
Lo confesamos en el “credo” y cuando cantamos “una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre”.
Dentro de nuestra Iglesia hay diversas corrientes y
formas de pensar; todas legítimas, seguramente unas más que otras, que coinciden
en el credo pero difieren notablemente en el modo de ejercer la función
eclesial. En este ciclo sobre Pedro Casaldáliga, quiero reflexionar hoy
sobre la Iglesia
que yo amo y deseo.
1º.- Deseo que sea Iglesia de los pobres. “Dios quiere que todos los hombres se salven”
(1 Tim 2,4). El mensaje de Jesús se dirige a todo la humanidad, también a los
ricos; pero, la predilección es clara: Él vino “para evangelizar a los
pobres, anunciar la liberación a los cautivos, a los ciegos la recuperación de
la vista y poner en libertad a los oprimidos” (Lc 4,18) Muchos pasajes de
las Escrituras muestran esta predilección de Dios.
Esta Iglesia peregrina en el mundo hacia la etapa definitiva junto al Padre y
como peregrina le incumbe no sólo la oración y el sacrificio del Cordero sino
también llevar la Buena
Nueva (evangelizar) a los pobres y la liberación a los
oprimidos, no sólo de palabra sino de hecho.
2º.- Deseo que la Iglesia aparezca pobre en sus manifestaciones
externas.
Es una institución de servicio a la humanidad, sobre todo a los pobres, pero ya
hace muchos siglos que se convirtió en una institución de poder temporal y
adoptó, en muchas de sus manifestaciones externas, la ampulosidad en las formas
y vestimentas propias más de príncipes terrenales que de humildes servidores
del Evangelio.
En este sentido, la misma frase “príncipe de la Iglesia ”, empleada para
denominar a los cardenales, me parece escandalosa. E igualmente, toda la corte
de títulos empleados en y por la
Curia romana, incluidos los de “Su Santidad” y “Santo Padre”,
están más cerca de los usos palaciegos de los emperadores y reyes que de los
heraldos de la Buena
Nueva.
¿Qué piensan los pobres del boato dela Sede apostólica?
¿Qué piensan los pobres del boato de
A primera vista lo ven como
un espectáculo, igual que cuando pasa un cortejo real; pero, en la intimidad,
ese boato les es ajeno y lo rechazan por ser contrario a la pobreza predicada
por el Evangelio.
Los pobres no reconocen a Jesús tocado con mitra,
báculo, anillo de oro, vestido y calzado carísimos. El “siervo de los siervos
de Dios”, título precioso que ostenta el sucesor de San Pedro, no casa bien con
tales símbolos externos, aunque, como es bien sabido, por lo menos los últimos
Papas, en su vida privada, han sido verdaderamente sencillos. Pero, no basta
con serlo, hay que parecerlo.
3º.- Jubilación y renuncia.
Deseo que el Papa,
igual que los demás obispos y cardenales, se jubile a los 75 años. La norma
debe ser general para evitar agravios comparativos. El Papa, cuando lo aconseje
la prudencia y sin que nadie pueda imponérselo, debe tomar la decisión de
renunciar. La decisión es sólo suya.
4º.-
Deseo una Iglesia más participativa, a todos los niveles.
Los
dicasterios vaticanos hacen muchas cosas que deberían ser hechas por las
Conferencias Episcopales Nacionales. Hay exceso de centralización, con riesgo
de identificar a la Iglesia
exclusivamente con el Papa y el Vaticano.
Es urgente la reforma de la Curia romana para que sólo
coopere con el Papa en el ejercicio de supervisión y no sustituya al Colegio
Apostólico.
5º.-La Primacía del Papa y la Colegialidad de los
Obispos.
El Papa es el sucesor de Pedro, a quien dijo Jesús: “Apacienta
mis ovejas” (Jn 21,18) y “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”
(Mt 16,18), “confirma a tus hermanos”.
El Nuevo Testamento pone de
relieve la preeminencia de Pedro, pero sin olvidar que la dirección de la Iglesia era colegial.
Jesús dijo a todos los apóstoles: “en verdad os digo, cuanto atareis en la
tierra será atado en el cielo, y cuanto desatareis en la tierra será
desatado en el cielo” (Mt 18,18), la dirección colegial la prueban también
el Bautismo de Cornelio (Hch 11,1-18), el Concilio de Jerusalén (Hch 15,1-35) y
el incidente de Antioquia (Gal 2, 11-14).
Se debe abrir la puerta a la creatividad de las Iglesias
nacionales, sus obispos necesitan más campo y más libertad de actuación, bajo
la supervisión del Papa, para poder presentar la fe a los pobres como auténtica
Buena Nueva. El obispo diocesano debe dejar definitivamente el “palacio”, signo
del poder temporal de otros tiempos, y abrirse a sus sacerdotes y fieles con
sencillez de hermano en la fe.
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