Todos
los católicos estamos muy acostumbrados, cuando se habla de la
presencia de Cristo, a entender que se trata de su presencia en la
Eucaristía. Hoy quiero extenderme, a través de diversos textos de
la Sagrada Escritura, en tres presencias de Cristo, distintas y
complementarias entre sí para configurar las diversas vertientes del
Cristo total al que rendimos culto los cristianos. Se trata de la
presencia de Cristo:
En la Eucaristía, como alimento del espíritu.
En la Sagrada Escritura, como palabra y revelación de Dios.
En el prójimo, como mandato de vida.
En la Eucaristía, como alimento del espíritu.
En la Sagrada Escritura, como palabra y revelación de Dios.
En el prójimo, como mandato de vida.
La
institución
Jesús
está celebrando la Ultima Cena con sus discípulos y
“mientras comían, Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se
lo dio a los discípulos, diciendo: Tomad y comed, éste es mi
cuerpo. Y tomando el cáliz, y dando gracias,, se lo dio diciendo:
Bebed todos de él, ésta es mi sangre de la Alianza, que será
derramada por muchos en remisión de los pecados” (Mt 26,
26-28)
Los
tres evangelistas, Mateo, Marcos y Lucas, utilizan expresiones
sinónimas para relatar el hecho de la institución de la Eucaristía.
Las
palabras “en remisión de los pecados” son
exclusivas de San Mateo. Los tres aluden a la efusión de esa sangre
“por muchos” (Mt y Mc) o “por
vosotros” (Lc). Por “muchos” o “por vosotros”
equivale a “por todos”, tal como dice San Pablo: “Cristo
se ofreció una vez para soportar los pecados de todos” (Heb 9,
28).
Cristo
canceló la Alianza del Antiguo Testamento, otorgada a Moisés en el
monte Sinaí e inauguró el Nuevo Testamento o Nueva Alianza sellada
con su sangre en el monte Calvario.
El
alcance es universal: “Como por la transgresión de uno solo
llegó la condenación a todos, así también por la justicia de uno
solo llega a todos la justificación de la vida” (Rom 5, 18)
Presencia
real de Cristo en la Eucaristía
Los
Apóstoles recibieron las palabras de Jesús: Éste es mi cuerpo,
ésta mi sangre, como significantes de una realidad; Cristo está
verdaderamente presente en el pan y el vino después de ser
pronunciadas las palabras de la consagración por el sacerdote.
También
San Pablo tomó las palabras de Jesús en sentido real, así escribió
a los cristianos de Corinto: “Cuantas veces comáis este pan y
bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que Él
venga” (1 Cor 11,26)
El
rito eucarístico
El
rito eucarístico que celebramos todos los días es la actuación de
la muerte de Cristo en el Calvario, rememora con la fe el acto
redentor de Cristo y comporta el recuerdo agradecido y admirado del
sacrificio del Señor para procurar la salvación a todos la
humanidad.
En
Israel, como en todos los pueblos antiguos, se percibían los frutos
de un sacrificio consumiendo parte de la víctima sacrificada; era
la forma de unirse tanto a la ofrenda como a Dios que la aceptaba.
Cristo es el pan de vida
"Yo soy el pan de vida.... que baja del cielo para que el que lo come no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre y el pan que yo le daré es mi carne, vida derl mundo" (Jn 6, 48-51)
"Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10)
Cristo es el pan de vida
"Yo soy el pan de vida.... que baja del cielo para que el que lo come no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre y el pan que yo le daré es mi carne, vida derl mundo" (Jn 6, 48-51)
"Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10)
Los
fieles cristianos comiendo el cuerpo y bebiendo la sangre del Señor
toman parte de su sacrificio, hacen suya la ofrenda de amor y se
unen a Dios, receptor de la ofrenda de Cristo. Es una gran maravilla
de amor unirse por la comunión al cuerpo del Señor y en él a todos
sus miembros.
Cristo,
un vecino en todos los pueblos y ciudades.
Es
un sentimiento que he vivido muchas veces durante mis viajes, tanto
en coche como en tren (los antiguos que no eran tan rápidos, ahora
en el AVE no da tiempo a ver casi nada), al ver en la lejanía los
pequeños pueblos en los que se destacaba la torre y la iglesia y
dentro de ésta, en un pequeño sagrario, Cristo sacramentado que,
por amor, se ha quedado a vivir entre los suyos, como Dios, alimento,
consuelo y refugio y al que yo saludé, muchas veces, con una breve
oración.
¡Reconforta
tener tan cerca a Cristo! ¡Reconforta su consejo y su luz, cuando
nos acercamos al Sagrario!
Lo
más importante de la Biblia es que toda ella, desde el Génesis al
Apocalipsis, está consagrada, de una u otra manera a Cristo. Cristo
es el actor transversal a toda la Sagrada Escritura.
El
libro del Génesis empieza con la creación del mundo: “ Al
principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gen 1,1). El
Apocalipsis termina con estas palabras: “La gracia del Señor
Jesús sea con todos. Amén” (Ap 22,21)
El
Evangelio de San Juan empieza también con la creación: “Al
principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y
el Verbo era Dios. Él estaba al principio en Dios. Todas las
cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha
sido hecho” (Jn 1,
1-3).
El
Verbo, Logos o Sabiduría eterna de Dios es la segunda persona de la
Trinidad. Dios todo lo creó por su Sabiduría (Proverbios, capítulo
8).
Dice
San Pablo: “(El Hijo)es la imagen de Dios invisible, primogénito
de toda criatura; porque en Él fueron creadas todas las cosas del
cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, los tronos, las
dominaciones, los principados, las potestades; todo fue creado por Él
y para Él” (Col 1, 15-16).
La
espera del Mesías es la idea
central del Antiguo Testamento:
Dios,
entre todos los pueblos existentes, escoge al de Israel para que en
él nazca el Mesías.
“Yavé,
tu Dios, te ha elegido para ser el pueblo de su porción entre todos
los pueblo que hay sobre la faz de la tierra. Yavé se ha ligado con
vosotros.... porque Yavé os amó” (Dt 7, 6-8)
Dios
distinguió a Israel entre los otros pueblos, lo rescató y liberó en
el tiempo del éxodo. “Yavé te sacó de la tierra de Egipto, de
la casa de servidumbre” (Dt 6,12)
Le
constituyó como una nación independiente. “Yo soy Yavé, tu
Dios, que para utilidad tuya te enseña y te pone en el camino que
has de seguir” (Is 48,17)
Israel
es el pueblo que vive de la esperanza del Mesías que ha de venir: “
… suscitaré a tu linaje, después de ti, el que saldrá de tus
entrañas y afirmaré su reino” (2 Sam 7,12 Los profetas lo
anuncian y reconvienen al pueblo para que viva conforme a los
mandatos de Dios y se preparen para su venida.
El
salmista habla del Ungido, en clara alusión al Mesías: “.. se
confabulan los príncipes contra Yavé y contra su Ungido” (Sal
2,2) “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy” (Sal 2.8)
El
Mesías nacerá de una virgen: “He aquí que la virgen grávida
da a luz y le llama Enmanuel” (Is 7,14) El vaticinio de Isaías
se cumple: “Porque nos ha nacido un Niño, nos ha sido dado un
hijo que tiene sobre los hombros la soberanía y que se llamará
maravilloso Consejero, Dios fuerte” (Is 9, 6)
El
pueblo de Israel tiene conciencia viva de su dependencia total de
Dios y de su existencia como nación. “Y brotará un retoño
del tronco de Jesé y retoñará un vástago de sus raíces, sobre el
que reposará el espíritu de Yavé, espíritu de sabiduría y de
inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de
entendimiento y de temor de Yavé” (Is 11,1.2)
Israel
será libertado por el siervo de Yavé: “Dice Yavé, el que
desde el seno materno me formó para siervo suyo, para devolverle a
Jacob, para congregarle a Israel...para restablecer las tribus de
Jacob y reconducir a los salvados de Israel. Yo te ha puesto para luz
de las gentes, para llevar mi salvación hasta los confines de la
tierra” (Is 49, 5-6)
Lo
triste es que cuando vino no lo reconocieron. “Vino a los suyos, y
los suyos no le recibieron” (Jn 1,11) Los suyos son los
israelitas, que eran el pueblo de Dios, su heredad predilecta. “Mas
a cuantos le recibieron les dio el poder de llegar a ser hijos de
Dios” (Jn 1,12). Ya no se trato sólo de los israelitas sino,
especialmente, de todos los creyentes en Jesús que le reciben como
el Verbo hecho hombre.
El
Mesías esperado del A.T. no es otro que la segunda persona de la
Trinidad que se hace hombre para dar a conocer al Padre. “A Dios
nadie le ha visto jamás; el Hijo Unigénito, que está en el seno
del Padre, ése le ha dado a conocer” (Jn 1,18) Los profetas no
vieron a Dios, pero el Hijo Unigénito le conoce y se ha hecho hombre
para darnos noticias de Él.
Cristo
en el Nuevo Testamento
Los
cuatro Evangelios hablan de Cristo en todas sus páginas. Los cuatro evangelios son el resumen de la predicación de los Apóstoles que, conservada como Tradición viva, fue puesta por escrito narrando el nacimiento de Jesús, un poco de su vida en Nazaret junto a María y José, su
bautismo, su hechos, dichos y milagros, su pasión y muerte en la cruz
y, finalmente, su ascensión.
Testigos y expresión de esta Tradición Apostólica, que será después conservada por la Iglesia, son los demás libros del Nuevo Testamento.
Jesús se presenta como el único capaz de revelar al Padre: “Todo me
ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino
el Padre, y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo
quisiere revelárselo” ( Lc 10, 22). En la Parábola del hijo
pródigo nos da una imagen conmovedora del Padre.
Jesús
enseña con autoridad. “Les enseñaba como quien tiene poder y
no como sus doctores” (Mt 7,29), y les explicaba el Reino de
Dios. “A vosotros os ha sido dado conocer los misterios del
reino de los cielos” (Mt 13,11)
Jesús
es el mensajero del Evangelio, de la Buena Noticia; Él mismo es
Evangelio, Buena Noticia que debe ser anunciada: “Es preciso que
anuncie también en otras ciudades el Reino de Dios, porque para eso
he sido enviado” ( Lc 4,43)
Jesús
es el centro de la predicación de los Apóstoles. La Iglesia que nos
revelan los Hechos de los Apóstoles y todas las Cartas de los mismos
tiene como centro a Cristo resucitado. Toda la vida de la naciente
Iglesia está alrededor de Cristo Resucitado, sea para nacer a Él
por el bautismo, para vivir con Él por una vida sin tacha o para resucitar como Él.
Siendo Cristo el centro de la Sagrada Escritura, la Biblia debe ser el
libro por excelencia de los creyentes, el libro de cabecera, de
lectura y meditación diaria, tranquila y sosegada. La Biblia no es
para leerla “de corrida”, sino pausada y meditadamente, párrafo
a párrafo, buscando lo que el Espíritu quiere decir a cada uno y en
cada momento.
Es
una presencia teóricamente aceptada por todos los creyentes; pero,
en la práctica, queda muy desfigurada para muchos y sólo vivida
realmente por algunos.
Así
somos los seres humanos:
Creemos en la presencia real de Cristo en la
Eucaristía, pero vamos muy poco al templo a verle, a charlar con Él,
a buscar su consejo.
Creemos
que la Biblia es la Palabra de Dios, pero no la meditamos ni leemos
todos los días.
Creemos
en la presencia de Cristo en el prójimo, pero lo olvidamos
constantemente en la práctica .
Bueno
será recordar ciertos textos que nos ilustren y fortalezcan para
vivir esta presencia de Cristo en el prójimo:
1º.- “Si
el hermano o la hermana están desnudos o carecen de alimento
cotidiano, y alguno de vosotros les dijere: Id en paz... pero no les
diereis con qué satisfacer la necesidad... ¿qué provecho les
vendría? La fe, si no tiene obras, es de suyo muerta” (Sant 2,
16-17)
2º.- ”El
que tuviere bienes de este mundo y viendo a su hermano pasar
necesidad le cierra sus entrañas, ¿cómo mora en él la caridad de
Cristo? Hjitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de obra y de
verdad” (1 Jn 3, 17-18)
3º.- “No
juzguéis y no seréis juzgados” ( Mt 7,1) “No murmuréis
unos de otros, hermanos...Pero tú, ¿quién eres para juzgar a tu
prójimo? (Sant 4,11-12)
4º.- “No
todo el que dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el Reino de los
cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre” (Mt 7,21)
5º.- “Venid,
benditos de mi Padre, tomad posesión del reino... porque tuve hambre
y me disteis de comer,; tuve sed, y me disteis de beber; peregrino, y
me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; preso, y vinisteis a
verme. Y le responderán los justos: Señor, ¿cuándo te vimos
hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo
te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te
vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá:
En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis
hermanos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,34-40)
CONCLUSIÓN:
Tres presencias de Cristo, complementarias y no excluyentes. Tres
presencias que nos hacen reflexionar sobre lo que debemos hacer como
creyentes en Cristo y darnos cuenta de qué es lo verdaderamente
importante: Aquello por lo que seremos juzgados.
Todo es importante, pero poco
o nada servirán el culto al Santísimo en la Eucaristía, o la
lectura de la Biblia si no hacemos la voluntad de Dios, manifestada,
con total nitidez, en las últimas palabras citadas de San Mateo.
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