miércoles, 25 de junio de 2014

110.- TRES PRESENCIAS DE CRISTO


Todos los católicos estamos muy acostumbrados, cuando se habla de la presencia de Cristo, a entender que se trata de su presencia en la Eucaristía. Hoy quiero extenderme, a través de diversos textos de la Sagrada Escritura, en tres presencias de Cristo, distintas y complementarias entre sí para configurar las diversas vertientes del Cristo total al que rendimos culto los cristianos. Se trata de la presencia de Cristo: 

En la Eucaristía, como alimento del espíritu. 
En la Sagrada Escritura, como palabra y revelación de Dios. 
En el prójimo, como mandato de vida.


1.- Presencia de Cristo en la Eucaristía
La institución
Jesús está celebrando la Ultima Cena con sus discípulos y “mientras comían, Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio a los discípulos, diciendo: Tomad y comed, éste es mi cuerpo. Y tomando el cáliz, y dando gracias,, se lo dio diciendo: Bebed todos de él, ésta es mi sangre de la Alianza, que será derramada por muchos en remisión de los pecados” (Mt 26, 26-28)
Los tres evangelistas, Mateo, Marcos y Lucas, utilizan expresiones sinónimas para relatar el hecho de la institución de la Eucaristía.
Las palabras “en remisión de los pecados” son exclusivas de San Mateo. Los tres aluden a la efusión de esa sangre “por muchos” (Mt y Mc) o por vosotros” (Lc). Por “muchos” o “por vosotros” equivale a “por todos”, tal como dice San Pablo: “Cristo se ofreció una vez para soportar los pecados de todos” (Heb 9, 28).
Cristo canceló la Alianza del Antiguo Testamento, otorgada a Moisés en el monte Sinaí e inauguró el Nuevo Testamento o Nueva Alianza sellada con su sangre en el monte Calvario.
El alcance es universal: “Como por la transgresión de uno solo llegó la condenación a todos, así también por la justicia de uno solo llega a todos la justificación de la vida” (Rom 5, 18)

Presencia real de Cristo en la Eucaristía
Los Apóstoles recibieron las palabras de Jesús: Éste es mi cuerpo, ésta mi sangre, como significantes de una realidad; Cristo está verdaderamente presente en el pan y el vino después de ser pronunciadas las palabras de la consagración por el sacerdote.
También San Pablo tomó las palabras de Jesús en sentido real, así escribió a los cristianos de Corinto: “Cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que Él venga” (1 Cor 11,26)

El rito eucarístico
El rito eucarístico que celebramos todos los días es la actuación de la muerte de Cristo en el Calvario, rememora con la fe el acto redentor de Cristo y comporta el recuerdo agradecido y admirado del sacrificio del Señor para procurar la salvación a todos la humanidad.
En Israel, como en todos los pueblos antiguos, se percibían los frutos de un sacrificio consumiendo parte de la víctima sacrificada; era la forma de unirse tanto a la ofrenda como a Dios que la aceptaba.

Cristo es el pan de vida

"Yo soy el pan de vida.... que baja del cielo para que el que lo come no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre y el pan que yo le daré es mi carne, vida derl mundo" (Jn 6, 48-51)
"Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10)
Los fieles cristianos comiendo el cuerpo y bebiendo la sangre del Señor toman parte de su sacrificio, hacen suya la ofrenda de amor y se unen a Dios, receptor de la ofrenda de Cristo. Es una gran maravilla de amor unirse por la comunión al cuerpo del Señor y en él a todos sus miembros.

Cristo, un vecino en todos los pueblos y ciudades.
Es un sentimiento que he vivido muchas veces durante mis viajes, tanto en coche como en tren (los antiguos que no eran tan rápidos, ahora en el AVE no da tiempo a ver casi nada), al ver en la lejanía los pequeños pueblos en los que se destacaba la torre y la iglesia y dentro de ésta, en un pequeño sagrario, Cristo sacramentado que, por amor, se ha quedado a vivir entre los suyos, como Dios, alimento, consuelo y refugio y al que yo saludé, muchas veces, con una breve oración.
¡Reconforta tener tan cerca a Cristo! ¡Reconforta su consejo y su luz, cuando nos acercamos al Sagrario!

2.- Presencia de Cristo en la Sagrada Escritura
Lo más importante de la Biblia es que toda ella, desde el Génesis al Apocalipsis, está consagrada, de una u otra manera a Cristo. Cristo es el actor transversal a toda la Sagrada Escritura.
El libro del Génesis empieza con la creación del mundo: “ Al principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gen 1,1). El Apocalipsis termina con estas palabras: “La gracia del Señor Jesús sea con todos. Amén” (Ap 22,21)
El Evangelio de San Juan empieza también con la creación: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho” (Jn 1, 1-3).
El Verbo, Logos o Sabiduría eterna de Dios es la segunda persona de la Trinidad. Dios todo lo creó por su Sabiduría (Proverbios, capítulo 8).
Dice San Pablo: “(El Hijo)es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en Él fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades; todo fue creado por Él y para Él” (Col 1, 15-16).

La espera del Mesías es la idea central del Antiguo Testamento:
Dios, entre todos los pueblos existentes, escoge al de Israel para que en él nazca el Mesías.
Yavé, tu Dios, te ha elegido para ser el pueblo de su porción entre todos los pueblo que hay sobre la faz de la tierra. Yavé se ha ligado con vosotros.... porque Yavé os amó” (Dt 7, 6-8)
Dios distinguió a Israel entre los otros pueblos, lo rescató y liberó en el tiempo del éxodo. “Yavé te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre” (Dt 6,12)
Le constituyó como una nación independiente.Yo soy Yavé, tu Dios, que para utilidad tuya te enseña y te pone en el camino que has de seguir” (Is 48,17)
Israel es el pueblo que vive de la esperanza del Mesías que ha de venir: “ … suscitaré a tu linaje, después de ti, el que saldrá de tus entrañas y afirmaré su reino” (2 Sam 7,12 Los profetas lo anuncian y reconvienen al pueblo para que viva conforme a los mandatos de Dios y se preparen para su venida.
El salmista habla del Ungido, en clara alusión al Mesías: “.. se confabulan los príncipes contra Yavé y contra su Ungido” (Sal 2,2) “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy” (Sal 2.8)
El Mesías nacerá de una virgen: “He aquí que la virgen grávida da a luz y le llama Enmanuel” (Is 7,14) El vaticinio de Isaías se cumple: “Porque nos ha nacido un Niño, nos ha sido dado un hijo que tiene sobre los hombros la soberanía y que se llamará maravilloso Consejero, Dios fuerte” (Is 9, 6)
El pueblo de Israel tiene conciencia viva de su dependencia total de Dios y de su existencia como nación. “Y brotará un retoño del tronco de Jesé y retoñará un vástago de sus raíces, sobre el que reposará el espíritu de Yavé, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de entendimiento y de temor de Yavé” (Is 11,1.2)
Israel será libertado por el siervo de Yavé: “Dice Yavé, el que desde el seno materno me formó para siervo suyo, para devolverle a Jacob, para congregarle a Israel...para restablecer las tribus de Jacob y reconducir a los salvados de Israel. Yo te ha puesto para luz de las gentes, para llevar mi salvación hasta los confines de la tierra” (Is 49, 5-6)
Lo triste es que cuando vino no lo reconocieron. “Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11) Los suyos son los israelitas, que eran el pueblo de Dios, su heredad predilecta. “Mas a cuantos le recibieron les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios” (Jn 1,12). Ya no se trato sólo de los israelitas sino, especialmente, de todos los creyentes en Jesús que le reciben como el Verbo hecho hombre.
El Mesías esperado del A.T. no es otro que la segunda persona de la Trinidad que se hace hombre para dar a conocer al Padre. “A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer” (Jn 1,18) Los profetas no vieron a Dios, pero el Hijo Unigénito le conoce y se ha hecho hombre para darnos noticias de Él.

Cristo en el Nuevo Testamento
Los cuatro Evangelios hablan de Cristo en todas sus páginas. Los cuatro evangelios son el resumen de la predicación de los Apóstoles que, conservada como Tradición viva, fue puesta por escrito narrando el nacimiento de Jesús, un poco de su vida en Nazaret junto a María y José, su bautismo, su hechos, dichos y milagros, su pasión y muerte en la cruz y, finalmente, su ascensión.  
Testigos y expresión de esta Tradición Apostólica, que será después conservada por la Iglesia, son los demás libros del Nuevo Testamento.
Jesús se presenta como el único capaz de revelar al Padre: “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo” ( Lc 10, 22). En la Parábola del hijo pródigo nos da una imagen conmovedora del Padre.
Jesús enseña con autoridad. “Les enseñaba como quien tiene poder y no como sus doctores” (Mt 7,29), y les explicaba el Reino de Dios. “A vosotros os ha sido dado conocer los misterios del reino de los cielos” (Mt 13,11)
Jesús es el mensajero del Evangelio, de la Buena Noticia; Él mismo es Evangelio, Buena Noticia que debe ser anunciada: “Es preciso que anuncie también en otras ciudades el Reino de Dios, porque para eso he sido enviado” ( Lc 4,43)
Jesús es el centro de la predicación de los Apóstoles. La Iglesia que nos revelan los Hechos de los Apóstoles y todas las Cartas de los mismos tiene como centro a Cristo resucitado. Toda la vida de la naciente Iglesia está alrededor de Cristo Resucitado, sea para nacer a Él por el bautismo, para vivir con Él por una vida sin tacha o para resucitar como Él.
Siendo Cristo el centro de la Sagrada Escritura, la Biblia debe ser el libro por excelencia de los creyentes, el libro de cabecera, de lectura y meditación diaria, tranquila y sosegada. La Biblia no es para leerla “de corrida”, sino pausada y meditadamente, párrafo a párrafo, buscando lo que el Espíritu quiere decir a cada uno y en cada momento.

3.- Presencia de Cristo en el prójimo
Es una presencia teóricamente aceptada por todos los creyentes; pero, en la práctica, queda muy desfigurada para muchos y sólo vivida realmente por algunos.
Así somos los seres humanos: 
Creemos en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, pero vamos muy poco al templo a verle, a charlar con Él, a buscar su consejo.
Creemos que la Biblia es la Palabra de Dios, pero no la meditamos ni leemos todos los días.
Creemos en la presencia de Cristo en el prójimo, pero lo olvidamos constantemente en la práctica .
Bueno será recordar ciertos textos que nos ilustren y fortalezcan para vivir esta presencia de Cristo en el prójimo:
1º.-Si el hermano o la hermana están desnudos o carecen de alimento cotidiano, y alguno de vosotros les dijere: Id en paz... pero no les diereis con qué satisfacer la necesidad... ¿qué provecho les vendría? La fe, si no tiene obras, es de suyo muerta” (Sant 2, 16-17)
2º.-El que tuviere bienes de este mundo y viendo a su hermano pasar necesidad le cierra sus entrañas, ¿cómo mora en él la caridad de Cristo? Hjitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de obra y de verdad” (1 Jn 3, 17-18)
3º.- No juzguéis y no seréis juzgados” ( Mt 7,1) “No murmuréis unos de otros, hermanos...Pero tú, ¿quién eres para juzgar a tu prójimo? (Sant 4,11-12)
4º.-No todo el que dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre” (Mt 7,21)
5º.-Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino... porque tuve hambre y me disteis de comer,; tuve sed, y me disteis de beber; peregrino, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; preso, y vinisteis a verme. Y le responderán los justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,34-40)

CONCLUSIÓN: Tres presencias de Cristo, complementarias y no excluyentes. Tres presencias que nos hacen reflexionar sobre lo que debemos hacer como creyentes en Cristo y darnos cuenta de qué es lo verdaderamente importante: Aquello por lo que seremos juzgados.
Todo es importante, pero poco o nada servirán el culto al Santísimo en la Eucaristía, o la lectura de la Biblia si no hacemos la voluntad de Dios, manifestada, con total nitidez, en las últimas palabras citadas de San Mateo.

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