Este es el clima interior en que se desenvuelven muchos de nuestros jóvenes. Quisieran creer, pero no pueden porque necesitan comprobar. Viven atenazados por las dudas de fe, porque piensan que hay contradicción entre la fe y la ciencia.
No hay conflicto entre la ciencia y la fe
Ciencia y fe son dos cosas distintas que no están en conflicto entre sí, aunque algunos pretendan crearlo artificialmente. Dios nos ha dado la inteligencia para que descubramos las maravillas existentes en la creación y para que, trabajando sobre ellas en cooperación con Él, hagamos un mundo mejor.
El conflicto surge cuando se emplea la ciencia contra los derechos del ser humano o cuando se utiliza la religión para detener el avance de la ciencia, como sucedió en el famoso caso de Galileo.
La razón humana es capaz de descubrir el orden maravilloso de la creación.
Basta asomarse a la ventana en una noche estrellada para sorprendernos de tanta maravilla. Basta salir al campo y contemplar las praderas en la primavera sembradas de innumerables flores. Basta tomar un microscopio y contemplar las maravillas dentro de lo más pequeño. La naturaleza está llena de maravillas en muchos lugares y ocasiones. Sólo hace falta querer verlas, ver la realidad y verla con ojos imparciales. En toda la naturaleza podemos descubrir orden, belleza, funcionalidad, maravilla... y quedarnos boquiabiertos, sorprendidos, diminutos.
Todos los científicos de la historia juntos son incapaces de crear tales maravillas. La realidad supera al ser humano e invita a reflexionar sobre nuestra pequeñez. ¿Cómo podemos decir que todo se ha creado solo, por pura casualidad? La existencia de tantas maravillas invita a pensar que todo es obra de un Creador tan omnipotente como sabio.
Reconocer la existencia de un ser superior a nosotros, a quien llamamos Dios, infinitamente sabio y poderoso, que creó y guía todas las cosas es perfectamente razonable, y no un disparate científico.
“No puedo creer algo que no pueda ver ni comprobar”
Hay verdades que trascienden a la física y a los sentidos y no se pueden someter al laboratorio de la mente humana. ¿Las realidades espirituales, que no son perceptibles por los sentidos, son inferiores a las materiales que sí percibimos? La realidad espiritual es de otra categoría que la material y se necesita un método apropiado para encontrarla. No todas las estrellas se ven a simple vista; cuando se usan telescopios más potentes se descubren nuevas estrellas. ¿Qué “telescopio” hemos de usar para descubrir a Dios? Sin duda, aquel con el que se pueda ver el amor, el perdón, la paz, la justicia y otros tantos dones que en él tienen su asiento.
La duda es inherente al ser humano
La duda es siempre compañera del ser humano. La duda es el resultado de la lucha entre el orgullo humano que tiende a prevalecer y la claridad del corazón sencillo que busca a Dios.
Somos mitad ángeles y mitad demonios, en nosotros cohabitan el bien y el mal; a pesar de las altas aspiraciones que podamos tener, con frecuencia, las truncamos por apego a la comodidad, al placer, al egoísmo. Nos creemos el centro del universo, el no va más, cuando realmente somos unas humildes criaturas que, cual paja seca, desapareceremos en muy poco tiempo de la faz de la tierra. Dios nos ha elevado a la categoría de hijos; pero, no sólo pasamos de largo sin reconocerlo sino que nos atrevemos a discutir su existencia.
Dios ya se ha manifestado en sus criaturas. No podemos exigirle más pruebas, acordes con nuestra voluntad. Usemos la inteligencia que Él nos ha dado, miremos todas las cosas con sencillez, humildad y deseo de llegar a la verdad. Seguro que encontraremos a Dios. La fe es un don de Dios recibido el día de nuestro bautismo. Esa raíz nunca se marchita, siempre está dispuesta para reverdecer. El que busca la verdad busca a Dios.
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