LUMEN GENTIUM, Número 9
(1) En todo tiempo y lugar son aceptos a Dios los que le temen y practican la justicia. Quiso, sin embargo, el Señor santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituir un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente.
(2) Eligió como su pueblo al pueblo de Israel, con quien estableció un pacto, como preparación y símbolo del nuevo pacto perfecto que había de efectuar en Cristo, convocando un pueblo de entre los judíos y los gentiles, que se condensara en unidad, no según la carne, sino según el Espíritu, y constituyera un nuevo Pueblo de Dios.
(3) Ese pueblo mesiánico tiene por cabeza a Cristo. Tiene por suerte la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita como en un templo. Tiene por ley el mandato del amor y como fin la dilatación del Reino de dios.
(4) Aunque de momento no contenga a todos los hombres y muchas veces aparezca como una pequeña grey, es, sin embargo, el germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano. Constituído por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado por Él como instrumento de la redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra.
(5) Así como el pueblo de Israel es llamado alguna vez Iglesia (Num 20, 4), así el nuevo Israel que va avanzando en este mundo hacia la ciudad futura y permanente se llama Iglesia de Cristo.
(6) La congregación de todos los creyentes que miran a Jesús como autor de la salvación y principio de la unidad y de la paz, es la Iglesia, convocada y constituida por Dios para que sea sacramento visible de esta unidad.
(7) Rebasando todos los límites de tiempo y lugar, entra en la historia humana con la obligación de extenderse a todas las naciones. Caminando a través de peligros y tribulaciones, pero confortada por la fuerza de la gracia de Dios que el Señor le prometió.
Reflexión:
Encontramos en este número nueve de la Lumen Gentium una visión perfecta de la Iglesia. En el párrafo primero hay que destacar la universalidad de la salvación, pero, además que ésta se logra en la comunidad. En el antiguo testamento, Dios ofrecía la salvación por medio del pueblo judío; en el Nuevo Testamento, Dios ofrece la salvación a todos los hombres por medio de la Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios.
Dios eligió a Israel como su Pueblo, para que de él naciera Cristo según la carne.
El nuevo Pueblo de Dios es la Iglesia, y en ella no se nace según la carne sino según el Espíritu. Es el Espíritu el que eleva al hombre a la dignidad más alta posible, la de hijo adoptivo de Dios. El Espíritu habita en los hijos y les urge a vivir en el amor, el mandamiento nuevo, y en la fraternidad universal.
La Iglesia, fortalecida y guiada por el Espíritu, contiene el germen de unidad, de esperanza y de salvación, no sólo para sus miembros bautizados sino para toda la humanidad.
La Iglesia es un sacramento de salvación del mundo. Todos caminarán, bajo la luz emanada de Cristo resucitado y la fuerza de su Espíritu, hacia la ciudad del Padre, donde será el gozo cumplido.
(1) En todo tiempo y lugar son aceptos a Dios los que le temen y practican la justicia. Quiso, sin embargo, el Señor santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituir un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente.
(2) Eligió como su pueblo al pueblo de Israel, con quien estableció un pacto, como preparación y símbolo del nuevo pacto perfecto que había de efectuar en Cristo, convocando un pueblo de entre los judíos y los gentiles, que se condensara en unidad, no según la carne, sino según el Espíritu, y constituyera un nuevo Pueblo de Dios.
(3) Ese pueblo mesiánico tiene por cabeza a Cristo. Tiene por suerte la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita como en un templo. Tiene por ley el mandato del amor y como fin la dilatación del Reino de dios.
(4) Aunque de momento no contenga a todos los hombres y muchas veces aparezca como una pequeña grey, es, sin embargo, el germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano. Constituído por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado por Él como instrumento de la redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra.
(5) Así como el pueblo de Israel es llamado alguna vez Iglesia (Num 20, 4), así el nuevo Israel que va avanzando en este mundo hacia la ciudad futura y permanente se llama Iglesia de Cristo.
(6) La congregación de todos los creyentes que miran a Jesús como autor de la salvación y principio de la unidad y de la paz, es la Iglesia, convocada y constituida por Dios para que sea sacramento visible de esta unidad.
(7) Rebasando todos los límites de tiempo y lugar, entra en la historia humana con la obligación de extenderse a todas las naciones. Caminando a través de peligros y tribulaciones, pero confortada por la fuerza de la gracia de Dios que el Señor le prometió.
Reflexión:
Encontramos en este número nueve de la Lumen Gentium una visión perfecta de la Iglesia. En el párrafo primero hay que destacar la universalidad de la salvación, pero, además que ésta se logra en la comunidad. En el antiguo testamento, Dios ofrecía la salvación por medio del pueblo judío; en el Nuevo Testamento, Dios ofrece la salvación a todos los hombres por medio de la Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios.
Dios eligió a Israel como su Pueblo, para que de él naciera Cristo según la carne.
El nuevo Pueblo de Dios es la Iglesia, y en ella no se nace según la carne sino según el Espíritu. Es el Espíritu el que eleva al hombre a la dignidad más alta posible, la de hijo adoptivo de Dios. El Espíritu habita en los hijos y les urge a vivir en el amor, el mandamiento nuevo, y en la fraternidad universal.
La Iglesia, fortalecida y guiada por el Espíritu, contiene el germen de unidad, de esperanza y de salvación, no sólo para sus miembros bautizados sino para toda la humanidad.
La Iglesia es un sacramento de salvación del mundo. Todos caminarán, bajo la luz emanada de Cristo resucitado y la fuerza de su Espíritu, hacia la ciudad del Padre, donde será el gozo cumplido.
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