Nacimiento
Hijo de Santos y Guadalupe, ambos mestizos, Oscar Arnulfo Romero y Galdámez nació en Ciudad Barrios, El Salvador, el 15 de agosto de 1917.
Formación
A los 14 años ingresó en el Seminario Menor de San Miguel. En 1937 ingresó en el Seminario de San José de la Montaña de San Salvador y ese mismo año viajó a Roma para continuar sus estudios de teología en la Universidad Gregoriana, hospedándose en el Colegio Pío Latino Americano. Fue ordenado sacerdote el 4 de abril de 1942.
Ministerio
Vuelto a El Salvador en 1943, fue párroco en diversas parroquias. De espíritu sencillo y muy trabajador, solía dedicarse a atender a los pobres y a niños huérfanos.
En 1967, fue nombrado Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador.
Obispo
El 21 de junio de 1970, fue ordenado Obispo Auxiliar de El Salvador.
Era muy crítico con las nuevas vías abiertas por el Concilio Vaticano II (1952-1965), empañando sus relaciones con el entonces arzobispo Luis Chávez, con el otro auxiliar, Arturo Rivera y con los jesuitas a los sustituyó, en la formación de los seminaristas, por sacerdotes diocesanos. El Seminario cerró a los seis meses.
Monseñor Romero era entonces un obispo conservador, obediente a Roma y poco sensible a las situaciones de injusticia que se daban en su país.
Precisamente por su sumisión a Roma, siguió gozando del apoyo del Nuncio Apostólico del Vaticano y, el 15 de octubre de 1974, fue nombrado obispo de la diócesis de Santiago de María.
Fue grande su dedicación pastoral: Predicaba todos los domingos en la catedral, promovió movimientos espirituales y visitó con frecuencia a los campesinos más humildes, por todo lo cual era bien visto por los sacerdotes de su diócesis.
Bautismo político
Así podemos designar el asesinato de varios campesinos por la Guardia Nacional, en 1975, cuando regresaban de un acto religioso. El obispo Romero cayó en la cuenta de la situación política de su país.
Arzobispo de San Salvador
El 3 de febrero de 1977, fue nombrado arzobispo de San Salvador tomando posesión del cargo el día 22 del mismo mes. Algunos le consideraron como el candidato de los sectores conservadores que deseaban contener a los llamados “medellinistas” que defendían la “opción preferencial por los pobres”. Romero no sintonizaba con su predecesor, Luis Chávez, ni con el auxiliar Arturo Rivera, defensores de la línea pastoral progresista marcada por el Concilio Vaticano II.
Eran tiempos de gran tensión política en la nación. Se había expulsado del país a tres sacerdotes y bombardeado la casa de otro.
El 20 de febrero de 1977 se celebraron elecciones presidenciales en El Salvador; resultó vencedor el general Carlos Humberto Romero. Se presentaron numerosas denuncias de fraude electoral. El día 28 hubo una gran manifestación en el centro de la ciudad y los militares dispararon contra la multitud que, despavorida, se refugió en la iglesia de los dominicos. Fueron asesinadas decenas de personas.
El 5 de marzo, la Conferencia Episcopal redactó una carta condenando violaciones concretas de los derechos humanos y ordenó que fuera leída en las misas del domingo día 13.
Según contó el obispo Rivera, el arzobispo Romero, el día 12, se echó atrás y le dijo: “Esta carta es inoportuna y parcial. No sé por qué se ha escrito”.
Asesinato del jesuita Rutilio Grande
En la tarde del 12 de marzo de 1977, el jesuita Rutilio Grande, amigo del arzobispo Romero, fue asesinado en Aguilares y lo mismo otros dos sacerdotes cuando iban a celebrar la misa en El Paisnal. Romero se personó en Aguilares y, viendo a su amigo, se produjo en él un cambio profundo y radical.
“Si le han asesinado por lo que hizo, yo tengo que seguir el mismo camino. Rutilio me ha abierto los ojos”, comentó.
El 1 de julio de 1977, Carlos Humberto Romero asumió la presidencia, que se caracterizó por la violencia gubernamental y la constante represión de las fuerzas policiales, militares y paramilitares hacia los grupos de izquierda y las organizaciones obreras y campesinas. Fueron masacrados cuatro sacerdotes católicos y numerosos dirigentes.
La carta conjunta
En agosto de 1978, el arzobispo Romero y su auxiliar Arturo Rivera Damas escribieron una carta pastoral conjunta clarificando la relación entre la Iglesia y las organizaciones populares de las que muchos miembros activos eran, también, católicos activos.
El arzobispo Romero cambia
Hasta ese momento había tenido con las autoridades civiles una actitud de discrepancia y de pasiva resignación. Siendo obispo en Santiago de María, no protestó públicamente cuando la Guardia Nacional asesinó a cinco campesinos en Tres Calles y a otro en un lugar cercano, se limitó a escribir unas carta privada de protesta al Presidente.
El asesinato del padre Rutilio Grande se clavó en su conciencia, quedó desfondado ante la tragedia que sufría el país y cambió de rumbo, adoptando una actitud de crítica abierta, valiente y decidida. Pidió una investigación al Presidente y excomulgó a los culpables.
Monseñor Romero, a pesar del consejo en contrario de la Nunciatura que le llamó al orden, leyó en la misa la carta de la Conferencia Episcopal y decidió acompañar al pueblo en su calvario de muerte y miseria.
Surge la alarma
Ante el cambio de actitud de Monseñor Romero surgió la alarma tanto en el Nuncio del Vaticano como en la clase pudiente salvadoreña, quienes admitieron que “se habían equivocado nombrándolo arzobispo”.
Él se comprometió más y más en la defensa de los derechos humanos y en la denuncia de los atropellos del Gobierno y el Ejército. El Vaticano cuestionaba su forma de actuar; en el trascurso de 18 meses recibió a tres visitadores apostólicos que buscaban testimonios para justificar su destitución.
Siguen los asesinatos
El 28 de noviembre de 1978 fue asesinado el padre Ernesto Barrera. En 1979, fueron asesinados, en una casa de ejercicios espirituales de San Salvador, el padre Octavio Ortiz y cuatro adolescentes que participaban en el retiro.
Mientras el arzobispo está en Roma, las fuerzas de seguridad del Estado salvadoreño dispararon contra los participantes de una manifestación frente a la catedral de San Salvador, causando 25 muertos y numerosos heridos.
En 1979 cae el Gobierno y surge la Segunda Junta Militar a la que Monseñor Romero ofrece un sincero diálogo. Vano intento, la situación sigue empeorando y la nueva Junta militar aumenta la represión.
Las homilías de Monseñor Romero
En sus homilías de los domingos, escuchadas por los asistentes y transmitidas por la radio diocesana YSAX, denunció la violencia tanto del gobierno militar como de los grupos armados de izquierda, denunció las irregularidades y asesinatos, los atropellos contra los derechos de los campesinos, de los obreros y de los sacerdotes y pidió una mayor justicia en la sociedad.
Condenó los asesinatos cometidos por los escuadrones de la muerte y la desaparición de personas a cargo de los cuerpos de seguridad. Creó una oficina de Derechos Humanos y abrió las puertas de la iglesia para acoger a los campesinos que huían de la represión. Escuchaba a sacerdotes y campesinos, a trabajadores y hombres de negocios. Celebraba la misa todos los domingos y predicaba la homilía en la catedral. El pueblo empezó a llamarle “La voz de los sin voz”.
Se impuso la obligación de no asistir a actos oficiales del Gobierno hasta que éste investigara los asesinatos acaecidos en Aguilares y El Paisnal. Como consecuencia, no asistió a la toma de posesión, el 1 de julio de 1977, del general Romero (¡¡vaya coincidencia de apellidos, entre el arzobispo y el general!!).
Mientras tanto, arreciaba la persecución contra la Iglesia que el arzobispo explicaba con estas palabras: “En la raíz de todo está el Gobierno manipulado por un capital intransigente y dispuesto a no dejar hablar a la Iglesia su mensaje integral, que despierta la conciencia crítica del pueblo”.
Pero, el obispo auxiliar de Santa Ana, Marco René Revelo, interpretaba de otra forma la situación. En el Sínodo de Obispos de octubre en Roma, Revelo dijo: “Los catequistas rurales, los mejor preparados, los más conscientes, los que han tenido mayor capacidad de liderazgo, están cayendo en las redes del Partido Comunista y los grupos de extrema izquierda maoísta y se están integrando en sus filas”.
Intervención del Vaticano
El obispo Revelo fue nombrado auxiliar del arzobispo Romero y éste fue invitado por el cardenal Baggio, prefecto para la Congregación de los Obispos, a ir a Roma para tener un “fraternal y amistoso diálogo”. (1)
Fue a Roma en junio de 1978; allí fue reconvenido por algunos cardenales, pero recibió el apoyo del papa Pablo VI.
Solicitó una “audiencia” con Juan Pablo II, el nuevo papa elegido el 16 de octubre de 1978, para informarle de la dramática situación de El Salvador y de sus trabajos para la reconciliación.
La burocracia vaticana (¿?) le hizo esperar varias semanas antes de ser recibido por el Papa. El encuentro no pudo ser más decepcionante (2) Juan Pablo II, apoyándose en los informes negativos dados por los visitadores apostólicos, le aconsejó: “Trate de estar de acuerdo con el Gobierno”. Monseñor Romero salió llorando de la audiencia y comentó: “El Papa no me ha entendido”.
En enero de 1980 hizo su última visita a Roma. Una de cal y otra de arena: Juan Pablo II le invitó a seguir defendiendo la justicia social y a optar, de manera preferencial, por los pobres, pero le alertó sobre el peligro de que el marxismo se infiltrara en el pueblo cristiano. Monseñor Romero le habló del anticomunismo de derechas, que no defiende la religión sino al capital.
Última homilía de Monseñor Romero
El domingo, 23 de marzo de 1980, víspera de su muerte, hizo este enérgico llamamiento al ejército salvadoreño: “ Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército y, en concreto, a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles....
Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y, ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice “No matar”. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre.
En nombre de Dios y en el de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo, cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!
Los jefes militares interpretaron la homilía como una llamada a la insumisión de los soldados, un oficial la calificó de delito.
Su asesinato
El lunes, 24 de marzo de 1980, mientras celebraba la misa en la capilla del Hospital de cancerosos, la Divina Providencia en San Salvador, a las 6:15 de la tarde fue asesinado por un francotirador.
En 2004, una corte de los Estados Unidos declaró civilmente responsable del crimen al capitán Rafael Alvaro Saravia(3). Era éste un hombre de confianza del Roberto D'Aubuisson, un Mayor del ejército experto de la inteligencia contrainsurgente, quien incorporó a Saravia a su grupo, diciéndole: “Me vas a llevar unas cosas a mí, particulares”. Saravia fue un miembro activo del escuadrón de la muerte organizado por D'Abuisson. Sin duda, participó en el operativo del asesinato, aunque no está demostrado que fuese él el organizador ni el francotirador.
Según otras fuentes, el francotirador fue Marino Samayor Acosta, subsargento de la Guardia Nacional, quien recibió la orden del Mayor Roberto D'Abuisson.
Repercusión del asesinato
El Domingo de Ramos, 30 de marzo de 1980, se celebró el funeral y el entierro de Monseñor Romero en la catedral de San Salvador. La ceremonia, presidida por el cardenal de México, Corripio Ahumada, fue interrumpida por la detonación de una bomba en el recinto sagrado, que causó la muerte a más de 20 asistentes.
El cardenal Ahumada informó al Vaticano, que dio la callada por respuesta. Tampoco protestaron los Gobiernos de los países ni las Naciones Unidas.
Días antes de morir, Monseñor Romero había dicho a un periodista: “Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”.
Y lo ha cumplido. En El Salvador, en América Latina y en todo el mundo, Monseñor Romero y los sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares asesinados son el símbolo de la liberación del cristianismo.
Pedro Casaldáliga, otro obispo-profeta, y como él defensor de la Teología de la Liberación, y que ha estado varias veces al borde del martirio, inmortalizó las figura de Monseñor Romero con estas palabras: “San Romero de América, pastor y mártir nuestro: ¡nadie hará callar tu última homilía!
El martirio de Monseñor Romero
Monseñor Romero vivió la experiencia cercana de muchos mártires reales y, al final vivió su propio martirio. Esa vivencia tan cercana hizo posible que hablase de forma tan sublime poco antes de su asesinato.
"He sido frecuentemente amenazado de muerte. Debo decirles que, como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección. Si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño. Se lo digo sin ninguna jactancia, con la más grande humildad. Como pastor estoy obligado, por mandato divino, a dar la vida por quienes amo, que son todos los salvadoreños, aun por aquellos que vayan a asesinarme. Si lograran cumplirse las amenazas, desde ya ofrezco a Dios mi sangre por la redención y resurrección de El Salvador.
El martirio es una gracia que no creo merecer, pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y señal de que la esperanza será pronto una realidad. Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo y testimonio de esperanza en el futuro. Puede usted decir, si llegasen a matarme, que perdono y bendigo a quienes lo hagan. Ojalá así se convenzan de que perderán su tiempo. Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás."
El martirio de Monseñor Romero
Monseñor Romero vivió la experiencia cercana de muchos mártires reales y, al final vivió su propio martirio. Esa vivencia tan cercana hizo posible que hablase de forma tan sublime poco antes de su asesinato.
"He sido frecuentemente amenazado de muerte. Debo decirles que, como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección. Si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño. Se lo digo sin ninguna jactancia, con la más grande humildad. Como pastor estoy obligado, por mandato divino, a dar la vida por quienes amo, que son todos los salvadoreños, aun por aquellos que vayan a asesinarme. Si lograran cumplirse las amenazas, desde ya ofrezco a Dios mi sangre por la redención y resurrección de El Salvador.
El martirio es una gracia que no creo merecer, pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y señal de que la esperanza será pronto una realidad. Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo y testimonio de esperanza en el futuro. Puede usted decir, si llegasen a matarme, que perdono y bendigo a quienes lo hagan. Ojalá así se convenzan de que perderán su tiempo. Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás."
Proceso de canonización
El 12 de mayo de 1994, la archidiócesis de San Salvador inició el proceso de canonización. El expediente fue enviado al Vaticano, a la Congregación para la Causa de los Santos y, más tarde, transferido a la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Algunos analistas vaticanos señalaron la existencia de cierto “bloqueo de la causa”, por haberse convertido en un símbolo de la lucha contra la injusticia social y en un emblema de la Teología de la Liberación.
Por expresa decisión del papa Francisco se ha vuelto a activar el proceso.
Ojalá llegue pronto el día en el que la Iglesia entera se goce con la elevación a los altares de... ¡¡San Romero de América, mártir!!
Este feliz día fue el 14 de Octubre de 2018. ¡¡Gracias a Dios!!
(1) Estos fraternales y amistosos diálogos solían ser reconvenciones o regañinas del dicasterio de turno.
(2) Martín Maier, Mística y lucha por la justicia (Herder, Barcelona, 2005)
(3) EL PAÏS, 5 de septiembre de 2004.
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