jueves, 18 de septiembre de 2014

115.- LA BÚSQUEDA DE DIOS

Dios, Luz de la vida
Toda búsqueda supone vigilancia constante y disponibilidad permanente, comenzar una y otra vez, sin desfallecer y sin distraerse en la contemplación de las cosas a orillas del camino. Buscar a Dios es elegir amar y el amor exige exclusividad. Es la única manera de calmar la sed de amor que alberga el corazón humano.
¿Quién busca a quién? ¿Buscamos nosotros a Dios o Él nos busca a nosotros? La primera palabra siempre es de Dios. Él ha sembrado en el corazón humano el anhelo de infinito, la sed de lo trascendente, se ha hecho presente por medio de su Hijo, Jesucristo. La semilla sembrada crecerá o no, según la decisión humana tomada en libertad.
Podría parecer que se vive en tal pasividad que la autonomía personal no cuenta, pero no es así. En la búsqueda de Dios, en el itinerario de la oración, la libertad humana es determinante. Dios nos quiere felices, de nosotros depende presentir las realidades del Evangelio que embellecen la vida, la confianza, el espíritu de alabanza, la generosidad del corazón y la perenne alegría.
Cristo siempre está llamando a la puerta de nuestro corazón, podemos abrirle y recibirle con honores, o rechazarle. La decisión tal vez supere nuestras fuerzas, por lo que es necesaria la oración, hecha con la seguridad de ser siempre atendidos. 
La mejor oración será la no aprendida, la que brote de las profundidades del alma; tal vez, la presencia callada, porque también se ama sin palabras.

Oscuridades y dudas 
En la búsqueda de Dios hay oscuridades y dudas que nos alejan y entretienen nuestro caminar; no hemos de ignorarlas pero tampoco dejarnos dominar por ellas, sino mantenerlas a distancia por medio de la oración confiada. Cristo es la Luz que alumbra a todos los hombres. Él conoce nuestra intimidad y lo que no alcanzamos a comprender, ni siquiera en los mejores momentos de oración, Él sí lo comprende y nos ofrece su favor.
Hay en nosotros interrogantes y momentos de especial tensión que nos llevan a experimentar el vacío, lo absurdo, el sin sentido, que no siempre son fáciles de integrar; avanzar no es hacerse fuerza, sino abandonarse a una nueva realidad, en la humildad de la oración. Decirle a Cristo: ¡Líbrame de mis miedos y temores! Y Cristo viene y alumbra el misterio del corazón humano y nos abre a la intimidad con Dios.
Dios-Amor escucha siempre al que ama. Dios es amor, encontrarse con Dios es amar. El corazón humano tiene una voz y un lenguaje propios. Para comunicarse con los hombres y, sobre todo, con Dios no siempre son necesarias las palabras, cuando el alma está abierta los labios pueden permanecer cerrados. Dios es amor y escucha la voz del corazón humano; ama a cada uno como a su único Hijo, Cristo, el Resucitado, quien lo hace accesible a nuestras vidas.

La conciencia de la presencia de Dios
En todo ser humano que quiera hacerse desde dentro se desarrolla un combate contra el desaliento, el cansancio y la rutina. Todo caminante se cansa y necesita descansar y tomar fuerzas, no para seguir sentado, sino para retomar el camino.
Las fuerzas nos vienen de la oración en la conciencia viva de la presencia de Dios en todos los seres humanos. Esta presencia hace posible el milagro de saborear el bien, incluso en las pruebas. El Espíritu, infundido en todo ser humano, da libertad, espontaneidad y gusto por la vida al que lo pide.
El Espíritu libra del desánimo, de las dudas y de la sensación de agobio ante el aparente silencio de Dios. Toda confianza encuentra en Él respuesta, tal vez distinta de la esperada porque suele responder incitando a un mayor amor, a seguir caminando.

La búsqueda Dios no es una hazaña personal
No se busca a Dios en solitario. 
Él siempre pregunta ¿dónde está tu hermano? No es posible la oración cristiana ni el encuentro con Dios sin responder esa pregunta. La vida de comunión con Dios no es una hazaña personal, ni se puede realizar sin la comunión con los hermanos.
La conciencia de la presencia de Dios en todos nos incita a buscarle en nuestro prójimo por el amor, la solidaridad y el perdón.
La alegría del Evangelio, el espíritu de alabanza estará en nuestras vidas si renunciamos a mirar hacia atrás y con el gozo de un infinito agradecimiento recorremos nuestro camino hacia el Padre.


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