Dios, Luz de la vida |
Toda
búsqueda supone vigilancia constante y disponibilidad permanente,
comenzar una y otra vez, sin desfallecer y sin distraerse en la
contemplación de las cosas a orillas del camino. Buscar a Dios es
elegir amar y el amor exige exclusividad. Es la única manera de
calmar la sed de amor que alberga el corazón humano.
¿Quién
busca a quién? ¿Buscamos nosotros a Dios o Él nos busca a
nosotros? La primera palabra siempre es de Dios. Él ha sembrado en
el corazón humano el anhelo de infinito, la sed de lo trascendente,
se ha hecho presente por medio de su Hijo, Jesucristo. La semilla
sembrada crecerá o no, según la decisión humana tomada en
libertad.
Podría
parecer que se vive en tal pasividad que la autonomía personal no
cuenta, pero no es así. En la búsqueda de Dios, en el itinerario de
la oración, la libertad humana es determinante. Dios nos quiere
felices, de nosotros depende presentir las realidades del Evangelio
que embellecen la vida, la confianza, el espíritu de alabanza, la
generosidad del corazón y la perenne alegría.
Cristo
siempre está llamando a la puerta de nuestro corazón, podemos
abrirle y recibirle con honores, o rechazarle. La decisión tal vez
supere nuestras fuerzas, por lo que es necesaria la oración, hecha
con la seguridad de ser siempre atendidos.
La mejor oración será la no aprendida, la que brote de las profundidades del alma; tal vez, la presencia callada, porque también se ama sin palabras.
La mejor oración será la no aprendida, la que brote de las profundidades del alma; tal vez, la presencia callada, porque también se ama sin palabras.
Oscuridades
y dudas
En la búsqueda de Dios hay oscuridades y dudas que nos
alejan y entretienen nuestro caminar; no hemos de ignorarlas pero
tampoco dejarnos dominar por ellas, sino mantenerlas a distancia por
medio de la oración confiada. Cristo es la Luz que alumbra a todos
los hombres. Él conoce nuestra intimidad y lo que no alcanzamos a
comprender, ni siquiera en los mejores momentos de oración, Él sí
lo comprende y nos ofrece su favor.
Hay
en nosotros interrogantes y momentos de especial tensión que nos
llevan a experimentar el vacío, lo absurdo, el sin sentido, que no
siempre son fáciles de integrar; avanzar no es hacerse fuerza, sino
abandonarse a una nueva realidad, en la humildad de la oración.
Decirle a Cristo: ¡Líbrame de mis miedos y temores! Y Cristo viene
y alumbra el misterio del corazón humano y nos abre a la intimidad
con Dios.
Dios-Amor
escucha siempre al que ama. Dios es amor, encontrarse con Dios es
amar. El corazón humano tiene una voz y un lenguaje propios. Para
comunicarse con los hombres y, sobre todo, con Dios no siempre son
necesarias las palabras, cuando el alma está abierta los labios
pueden permanecer cerrados. Dios es amor y escucha la voz del corazón
humano; ama a cada uno como a su único Hijo, Cristo, el Resucitado,
quien lo hace accesible a nuestras vidas.
La
conciencia de la presencia de Dios
En
todo ser humano que quiera hacerse desde dentro se desarrolla un
combate contra el desaliento, el cansancio y la rutina. Todo
caminante se cansa y necesita descansar y tomar fuerzas, no para
seguir sentado, sino para retomar el camino.
Las
fuerzas nos vienen de la oración en la conciencia viva de la
presencia de Dios en todos los seres humanos. Esta presencia hace
posible el milagro de saborear el bien, incluso en las pruebas. El
Espíritu, infundido en todo ser humano, da libertad, espontaneidad y
gusto por la vida al que lo pide.
El
Espíritu libra del desánimo, de las dudas y de la sensación de
agobio ante el aparente silencio de Dios. Toda confianza encuentra en
Él respuesta, tal vez distinta de la esperada porque suele responder
incitando a un mayor amor, a seguir caminando.
La
búsqueda Dios no es una hazaña personal
No
se busca a Dios en solitario.
Él siempre pregunta ¿dónde está tu hermano? No es posible la oración cristiana ni el encuentro con Dios sin responder esa pregunta. La vida de comunión con Dios no es una hazaña personal, ni se puede realizar sin la comunión con los hermanos.
Él siempre pregunta ¿dónde está tu hermano? No es posible la oración cristiana ni el encuentro con Dios sin responder esa pregunta. La vida de comunión con Dios no es una hazaña personal, ni se puede realizar sin la comunión con los hermanos.
La
conciencia de la presencia de Dios en todos nos incita a buscarle en
nuestro prójimo por el amor, la solidaridad y el perdón.
La
alegría del Evangelio, el espíritu de alabanza estará en nuestras
vidas si renunciamos a mirar hacia atrás y con el gozo de un
infinito agradecimiento recorremos nuestro camino hacia el Padre.
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