viernes, 5 de abril de 2013

82.- DOCTRINA DE LOS LIBROS SAPIENCIALES



No es fácil encuadrar la corriente sapiencial dentro de la teología del Antiguo Testamento. El credo israelita está formado primordialmente por la intervención salvífica de Dios en favor de su pueblo (éxodo, alianza del Sinaí, don de  Prometida, elección de Jerusalén, dinastía de David). Estas intervenciones de Dios están ausentes o quedan muy en segundo plano, en los libros sapienciales. Ni siquiera se habla de Israel como el pueblo elegido por Dios.



Teología de la creación
Los sabios de Israel no se mueven en el ámbito teológico de la elección y la alianza entre Dios y el pueblo de Israel, sino en el ámbito de la relación entre criatura y creador.  La teología de la corriente sapiencial se mueve dentro de la perspectiva de la creación, tal como se presenta en Gn 1-2, donde el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios y es constituido señor de todas las cosas, con la misión de dominar las realidades creadas.

La sabiduría y el orden del mundo
La sabiduría es un concepto muy amplio, con muchas connotaciones y sentidos, desde la habilidad y la destreza del artesano en la ejecución de las obras manuales, hasta la capacidad y la madurez de orden intelectual, pasando por el arte y el acierto de desenvolverse con éxito en todos los ámbitos de la vida: en las esfera privada y en la pública, en la familia y en la sociedad, en los asuntos temporales y en los espirituales, en lo profano y en lo religioso.
La sabiduría bíblica queda perfectamente reflejada en estas palabras de un autor contemporáneo: “La sabiduría no es filosofía, ni ciencia, ni técnica, ni política, ni arte, y es mucho más que la suma de todo ello. Es la forma más alta y más profunda de la prudencia humana. Sin ella cualquier actividad del hombre es deficiente. Toda obra humana, cualquiera que sea su naturaleza, que alcance su plenitud y su perfección, es hija de ella, así como es bastarda toda obra que no trae ese linaje”.

El sabio
Sabio no es el que conoce muchas cosas, sino el que se conoce a sí mismo y sabe estar ante los demás, ante las cosas y ante Dios.
El sabio manifiesta su sabiduría de muchas maneras. A veces un sencillo gesto es expresión de sabiduría y el mismo silencio llega a convertirse en una de las prerrogativas del sabio. Con todo, la expresión más común de la sabiduría es el consejo, formulado en sentencias, proverbios y discursos.
El “sabio” de los escritos sapienciales es el equivalente al teólogo actual, quien, sin recibir revelaciones especiales directas de Dios –como es el caso de los profetas-, deduce consecuencias prácticas para conseguir la verdadera sabiduría.
El hombre ansía conocer la clave de los misterios del universo y de los secretos del corazón humano. El “sabio”, más que la sabiduría teórica sobre la naturaleza y el hombre, le interesa la práctica, la forma de conducirse en la vida conforme a las leyes divinas.
El sabio israelita tenía el convencimiento de que la vida y la creación entera se rigen por unas leyes y unos principios secretos, cuya causa última está en Dios, pues él ha creado el mundo con un orden fundamental, que el sabio ha de investigar y desentrañar, para adecuar su conducta a dicho orden y obtener los resultados derivados de su pleno dominio. De ahí la constante invitación que hacen los sabios a sus discípulos para que descubran el sentido profundo de las cosas y el orden latente en la creación para adaptarse a él y perpetuarlo porque, a la postre, el conocimiento y dominio de tal orden secreto es la clave de acceso a la sabiduría, a la felicidad y al éxito.

Destino individual y retribución
Uno de los problemas especialmente recurrentes en los libros sapienciales es el de la retribución de la conducta del individuo. En continuidad con la dialéctica de bendiciones y maldiciones que sancionaban la alianza, en Israel se profesaba un principio de retribución colectivista y solidaria: la bondad o maldad de un individuo tenía repercusiones en el grupo (y en los descendientes).
En las inmediaciones del exilio, la idea de la retribución colectiva empieza a dar paso a la retribución individual, según la cual, cada persona recibía en vida la recompensa adecuada a su conducta: a los buenos les iría bien y a los malos, mal (2R 14,5-6; Jr 31,29-30; Ez 18,2-3.26-27).
Sin embargo, la experiencia desmentía a diario este principio y el mismo Jeremías ya es testigo del escándalo que supone la prosperidad de los malvados (Jr 21,1).
Tras el destierro, el interés por el destino del individuo pasa a ocupar un lugar preferente en la reflexión sapiencial. Pero el problema de la retribución se hace cada vez más insoluble, hasta el punto de poner en crisis el optimismo sapiencial y su confianza en la sabiduría como medio de acceso a la felicidad y al éxito, y de cuestionar la misma justicia divina; si Dios es justo, ¿cómo permite que los malvados prosperen y que los justos sufran desgracias?.
El problema adquiere proporciones tan agudas y alarmantes como refleja, por ejemplo, el libro de Job. Su autor somete a discusión y debate la hipótesis de un hombre justo, Job, privado de sus bienes y herido en su integridad personal. Es decir, un hombre justo que no recibe bienes, sino males. Aunque el libro apunta distintas soluciones, ninguna de ellas será definitiva.
El sabio Qohélet, supuesto autor del libro del Eclesiastés, se hace eco del mismo escándalo y da un paso más: incluso en la hipótesis de que el justo recibiera bienes, tal recompensa no sería proporcionada al esfuerzo del hombre por conseguirla, ni daría plena satisfacción a los anhelos profundos del ser humano. 
En el fondo, tanto Job como Qohélet se mueven dentro del ámbito de la retribución intramundana y no atisban nada más allá de la muerte.
El problema de la retribución y el destino del individuo más allá de la muerte recibe nueva luz con las ideas de la inmortalidad y resurrección que hacen acto de presencia en Israel durante las guerras macabeas (2M 7,9; 12,38-46; Dn 12,2-4) y encuentran su ulterior formulación en el libro de  (Sb 1-5). Estamos a un paso de la solución definitiva, ofrecida en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo.


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