Formar
la conciencia es educarla para que su juicio moral sea conforme con la razón y
con la ley divina, es decir, para que emita un juicio recto [1]
Necesidad de formar la conciencia
La
formación de la conciencia es indispensable para actuar como seres humanos
civilizados, dueños de los propios actos y libres ante las influencias
negativas, tanto interiores como exteriores.
La
formación de la conciencia garantiza la libertad individual y, al obrar
siguiendo el dictamen de la conciencia recta, engendra la paz del corazón. La
conciencia moral se puede degradar hasta el extremo de su total adormecimiento.
Se suele decir que “el que no acomoda sus obras a sus ideas, termina
acomodando sus ideas a sus obras”.
Con un ejemplo lo entenderemos mejor: Un ladrón tiene conciencia recta de que robar es un mal moral, pero él, a pesar de eso, no acomoda su acción a lo que le dice su conciencia y roba. Si sigue robando una y otra vez, terminará por adormecer su conciencia y pensar que robar no es un mal moral.
Con un ejemplo lo entenderemos mejor: Un ladrón tiene conciencia recta de que robar es un mal moral, pero él, a pesar de eso, no acomoda su acción a lo que le dice su conciencia y roba. Si sigue robando una y otra vez, terminará por adormecer su conciencia y pensar que robar no es un mal moral.
La conciencia es ambivalente, ya que puede ser el mejor
aliado o el más implacable acusador. No hay nada que contribuya tanto a la
felicidad de las personas como la tranquilidad de la conciencia, la cual
origina paz consigo mismo y con los demás, vivir en verdad y sinceridad, no
tener miedo a nada ni a nadie.
Al contrario, es muy difícil vivir con la conciencia
sucia. No hay detective más implacable que la propia conciencia; cuando se obra
en contra, remuerde, una y otra vez. Es más tenaz que un cobrador de morosos.
¿Cómo
formar la propia conciencia?
1. Llenando la vida con la Palabra de Dios. Su
lectura, meditación y estudio, unidos a la oración, conducen a la “sabiduría”
en el obrar, que es un don del Espíritu como el que recibió Salomón. “Da a
tu siervo un corazón prudente para juzgar a tu pueblo y poder discernir entre
lo bueno y lo malo. Agradó al Señor que Salomón le hiciera esta petición y le
dijo: Por haberme pedido esto y no haber pedido para ti ni larga vida, ni
muchas riquezas, ni la muerte de tus enemigos, sino haberme pedido
entendimiento para hacer justicia, te concedo lo que me has pedido y te doy un
corazón sabio e inteligente” (I Re 3, 9-12)
Esta
sabiduría no la otorga Dios a los sabios y prudentes según el mundo, sino a los
pequeños. “Tomó Jesús la palabra y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo
y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y las revelaste a los
pequeñuelos” (Mt 11, 25), a los que elegiste para confundir a los sabios
orgullosos, “ eligió Dios la necedad del mundo para confundir a los sabios y
eligió Dios la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes” (I Cor 1, 27)
2. Dejándose ayudar por el testimonio y los
consejos de las personas entendidas y guiar por la enseñanza autorizada de la Iglesia.
Responsabilidad de los padres en la formación de la conciencia de sus hijos
En
los primeros años, la familia es el lugar privilegiado e indispensable, sin
posible parangón, para la formación de la conciencia de los hijos. En la
familia, con el ejemplo y las consejos de los padres, los hijos adquieren las
convicciones propias de la conciencia recta y bien formada.
Los educadores tienen un papel destacado en la formación de la conciencia de los educandos. Tanto los padres como los educadores deben tener presentes estos principios fundamentales:
1.No está permitido hacer un mal para obtener un bien.
2. Se puede permitir un mal, sobrevenido indirectamente, cuando se hace un bien.
3. Trata a los demás como quieres que ellos te traten a ti.
Los educadores tienen un papel destacado en la formación de la conciencia de los educandos. Tanto los padres como los educadores deben tener presentes estos principios fundamentales:
1.No está permitido hacer un mal para obtener un bien.
2. Se puede permitir un mal, sobrevenido indirectamente, cuando se hace un bien.
3. Trata a los demás como quieres que ellos te traten a ti.
[1] (Catecismo
de la Iglesia Católica ,
1783 y sgtes)
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