La fe cristiana se trasmite de padres a hijos
y desaparecerá si una generación, tal vez la nuestra, no es capaz de
trasmitirla a la siguiente.
Según los informes sobre los jóvenes
españoles realizados por la
Fundación Santa María, los jóvenes consideran que las cosas
interesantes para orientarse en la vida se las dicen: en la familia, entre los
amigos, en los medios de comunicación social, en los centros de enseñanza, en
los libros y, por último, en la
Iglesia.
En 1989 sólo
el 16% de los jóvenes consideraba que la Iglesia dice cosas importantes. El porcentaje
bajó al 4% en 1994 y al 2,7 % en 1999.
¿Sigue bajando el porcentaje?
La cruda realidad es que “para la gran mayoría de los jóvenes, la Iglesia suena a viejo, a
pasado, a otra época”.
Incluso entre los jóvenes que se consideran
católicos practicantes, sólo el 10% encuentra en la Iglesia orientaciones
válidas para su vida. Por eso, un joven puede declararse católico practicante sin
apenas identificarse con lo que dice la Iglesia en muchas cuestiones.
Si esto es así, ¿cómo se explica la
espectacular concentración de jóvenes, de todos los países, más de dos millones, con motivo del Jubileo de Roma del
año 2000, o los millones de jóvenes
aclamando al Papa, en los diversos países donde se han celebrado las Jornadas de la Juventud?
Tantos jóvenes, con ser muchos, apenas se
hacen notar en el conjunto de la juventud mundial. Además, las motivaciones
para acudir a dichas citas pueden ser muy diversas: desde el sentido de la fe a
la atracción por la personalidad del Papa, pasando por hacer unos días de
turismo con motivo de un acontecimiento de resonancia mundial.
Lo que ya sucedió en otros
sitios, puede suceder en Europa
Asia Menor
(hoy Turquía), en los primeros siglos fue la cuna de un florecimiento
excepcional del cristianismo.
Allí efectuó San Pablo sus primeras misiones
apostólicas. Allí se celebraron los siete primeros concilios ecuménicos: Nicea
I (325), Constantinopla I (381), Éfeso (431), Calcedonia (451), Constantinopla
II (553), Constantinopla III (681) y Nicea II (787).
En los siglos
IV y V, eminentes obispos y teólogos
desarrollaron allí sus enseñanzas, por lo que se llama a esta época “la
edad de oro de la patrística”.
En Constantinopla, además de la basílica de
Santa Sofía, que era la más célebre de toda la cristiandad, llegó a haber 400
templos y 90 monasterios.
El 19 de mayo de 14 53
fue tomada Constantinopla por el sultán turco Muhammad II. Fue arrasado el
cristianismo y se impuso la religión del Islam. Constantinopla cambió su nombre
por Istambul. Santa Sofía fue convertida en mezquita y lo fue durante varios
siglos; hoy es un museo.
De los 54
millones de turcos, en la actualidad, sólo 140.000 son cristianos.
Algo parecido
pasó en el Norte de África.
En Cartago, ciudad situada en el golfo de Túnez,
nació Tertuliano el año 155 y San Cipriano el 219. San Agustín nació el año 353
en Tagaste, pequeña ciudad de Numidia, país situado al suroeste de Cartago.
Respuesta del teólogo canadiense Jean MarieTillard a la pregunta
que él mismo se formuló y que pusimos al principio: “ Creo, con toda la gran tradición
cristiana, tanto la católica como la ortodoxa o la protestante, que Dios, en su
fidelidad hacia la humanidad, no dejará que se apague la luz que su hijo
encendió. Este “no”, dicho instintivamente, lo considero como un “no” surgido
de mi sensus fidei y, por tanto, del Espíritu”.
Siempre nos quedará la esperanza y la confianza en las palabras de Jesús.
En los últimos
siglos, muchos racionalistas, positivistas y marxistas anunciaron el cercano
fin del cristianismo. Hoy esos movimientos intelectuales casi han desaparecido,
mientras el cristianismo sigue.
El diagnóstico
pesimista está vigente desde hace 2000 años. Ya San Pablo, en II Cor 6, 9-10,
dice: “Estamos al borde de la muerte, pero seguimos con vida”.
Hasta el
momento una cosa es clara: han sido los presuntos enterradores del cristianismo
quienes han ido desapareciendo.
La razón es
que las promesas de Jesús son claras y terminantes: “Las puertas del infierno
no prevalecerán contra ella (contra la Iglesia )” (Mt 16, 18) “Yo estaré con vosotros
hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).
La fe cristiana no desaparecerá del mundo, podrá cambiar de un continente a otro, de una nación a otra; pero, siempre habrá seguidores de Jesús.
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