“En la luz de Cristo resucitado,
el dos de abril del año del Señor 2005, a las 21,37 horas, mientras concluía el sábado y ya había
entrado el día del Señor, Octava de Pascua y Domingo de la divina Misericordia,
el querido Pastor de la
Iglesia , Juan Pablo II, pasó de este mundo al Padre”.
(Palabras del pergamino introducido en el ataúd de Juan Pablo II)
¡No tengáis miedo!
Estas fueron las primeras palabras, pronunciadas desde el balcón de San Pedro el16 de octubre de 1978 ,
por el 264 sucesor del Apóstol, el hasta entonces cardenal Karol Wojtyla, ya
convertido en Juan Pablo II.
Estas fueron las primeras palabras, pronunciadas desde el balcón de San Pedro el
Han pasado 26 años y es imposible
encerrar en una cuartilla la inmensa actividad desarrollada por el Papa. Como
homenaje de cariño y admiración, quiero destacar sólo los puntos más
sobresalientes.
Ante todo, para mí, fue un hombre de fe y de oración.
Bebió abundantemente el agua viva de Cristo y en ella encontró las fuerzas para
recorrer el camino que va de las ideas abstractas a su puesta en práctica. La
ejemplar coherencia entre su vida y su fe le convirtió en la mayor autoridad
moral, no sólo para los católicos, sino para todos los hombres de buena voluntad,
religiosos o no.
Esta coherencia de vida
tuvo un especialísimo impacto en la juventud, como ponen de manifiesto los
millones que se concentraban cada vez que él los convocaba. Los jóvenes se
identificaron con el Papa polaco, ejemplo vivo de enorme valor, por su fe viva,
su defensa de la justicia y su responsabilidad en la construcción de un mundo
ordenado conforme a los principios de esa fe. Así se produjo una sintonía
contagiosa entre el Papa Juan Pablo II y la juventud mundial.
“El misionero del mundo”
Su fe y su amor al ser humano le
convirtieron en “el misionero del mundo” Nadie, en toda la historia de la Iglesia , ha hecho tanto
para extender el Reino de Dios. Ciento cinco viajes apostólicos a 130 países.
Hombre de su tiempo, supo aprovechar y poner al servicio de la fe los modernos
medios de transporte y comunicación. Tuvo un especial carisma para moverse ante
las cámaras de televisión, como si fuesen su propio elemento; por ellas llevó a
todos los hogares del mundo sus viajes, sus homilías, su oración contemplativa
en medio de la multitud, las grandes celebraciones de su pontificado, su lento
caminar cargado con la cruz los Viernes Santos y hasta su inmenso dolor, ya
incapaz de hablar, poco antes de abandonar esta etapa de su vida y pasar al
Padre.
Trabajó con denuedo por la paz
mundial
Fruto, en gran parte, de su trabajo fue la caída del comunismo y
de su símbolo, el muro de Berlín. Él, que en su juventud había sido oprimido
primero por la dictadura del nazismo y después por la estalinista, predicó
incansable contra todo tipo de dictaduras y opresiones que violan los derechos
humanos más fundamentales y oprimen al hombre hasta despojarlo de su propia
personalidad y reducirlo a una especial esclavitud.
La unidad de todos los cristianos
Trabajó con denodado esfuerzo
para conseguir la unión de todos los cristianos, convirtiendo en suyo el
lema de Cristo; “Que todos sean uno”. Dio pasos de gigante en el diálogo
con los hermanos separados, ortodoxos, protestantes y anglicanos.
Rompió todas las barreras:
Fue el primer Para que visitó una sinagoga. Estos días hemos visto, en la
televisión, al Gran Rabino de Roma muy emocionado ante el féretro de Juan Pablo
II, sin duda, recordaba aquellas palabras que un día oyera de sus labios: “los
judíos son nuestros hermanos mayores en la fe”. Fue el primer Papa que rezó,
como hacen los judíos, ante el muro de las lamentaciones, en su visita a
Jerusalén.
Fue el primer Papa que se acercó
a los musulmanes, como tercera religión monoteísta del mundo, incluso, visitó
la gran Mezquita de Damasco.
Fue el primer Papa que pidió
públicamente perdón a la humanidad en nombre de la Iglesia por los errores
cometidos por los cristianos de todos los tiempos.
Fue un Papa que, como muchos
de sus antecesores, fue de la mano de su Madre y Maestra, la Santísima Virgen
María, de la que fue fiel y devotísimo hijo. Aprovechó todas las ocasiones para
inculcar su devoción y encomendarnos a su maternal corazón. Su espiritualidad
eucarística y mariana es un paradigma de autenticidad cristiana y un vivo
ejemplo para todos los creyentes.
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