domingo, 17 de febrero de 2013

57.- HA MUERTO JUAN PABLO II

  
“En la luz de Cristo resucitado, el dos de abril del año del Señor 2005, a las 21,37 horas, mientras concluía el sábado y ya había entrado el día del Señor, Octava de Pascua y Domingo de la divina Misericordia, el querido Pastor de la Iglesia, Juan Pablo II, pasó de este mundo al Padre”. (Palabras del pergamino introducido en el ataúd de Juan Pablo II)
Había nacido en Wadowice el 18 de mayo de 1920, hijo de Karol Wojtyla y de Emilia Katzowuska.

¡No tengáis miedo! 
Estas fueron las primeras palabras, pronunciadas desde el balcón de San Pedro el 16 de octubre de 1978, por el 264 sucesor del Apóstol, el hasta entonces cardenal Karol Wojtyla, ya convertido en Juan Pablo II.
Han pasado 26 años y es imposible encerrar en una cuartilla la inmensa actividad desarrollada por el Papa. Como homenaje de cariño y admiración, quiero destacar sólo los puntos más sobresalientes.
Ante todo, para mí, fue un hombre de fe y de oración. Bebió abundantemente el agua viva de Cristo y en ella encontró las fuerzas para recorrer el camino que va de las ideas abstractas a su puesta en práctica. La ejemplar coherencia entre su vida y su fe le convirtió en la mayor autoridad moral, no sólo para los católicos, sino para todos los hombres de buena voluntad, religiosos o no.
Esta coherencia de vida tuvo un especialísimo impacto en la juventud, como ponen de manifiesto los millones que se concentraban cada vez que él los convocaba. Los jóvenes se identificaron con el Papa polaco, ejemplo vivo de enorme valor, por su fe viva, su defensa de la justicia y su responsabilidad en la construcción de un mundo ordenado conforme a los principios de esa fe. Así se produjo una sintonía contagiosa entre el Papa Juan Pablo II y la juventud mundial. 

El misionero del mundo
Su fe y su amor al ser humano le convirtieron en “el misionero del mundo” Nadie, en toda la historia de la Iglesia, ha hecho tanto para extender el Reino de Dios. Ciento cinco viajes apostólicos a 130 países. Hombre de su tiempo, supo aprovechar y poner al servicio de la fe los modernos medios de transporte y comunicación. Tuvo un especial carisma para moverse ante las cámaras de televisión, como si fuesen su propio elemento; por ellas llevó a todos los hogares del mundo sus viajes, sus homilías, su oración contemplativa en medio de la multitud, las grandes celebraciones de su pontificado, su lento caminar cargado con la cruz los Viernes Santos y hasta su inmenso dolor, ya incapaz de hablar, poco antes de abandonar esta etapa de su vida y pasar al Padre.

Trabajó con denuedo por la paz mundial 
Fruto, en gran parte, de su trabajo fue la caída del comunismo y de su símbolo, el muro de Berlín. Él, que en su juventud había sido oprimido primero por la dictadura del nazismo y después por la estalinista, predicó incansable contra todo tipo de dictaduras y opresiones que violan los derechos humanos más fundamentales y oprimen al hombre hasta despojarlo de su propia personalidad y reducirlo a una especial esclavitud.

La unidad de todos los cristianos
Trabajó con denodado esfuerzo para conseguir la unión de todos los cristianos, convirtiendo en suyo el lema de Cristo; “Que todos sean uno”. Dio pasos de gigante en el diálogo con los hermanos separados, ortodoxos, protestantes y anglicanos.

Rompió todas las barreras: 
Fue el primer Para que visitó una sinagoga. Estos días hemos visto, en la televisión, al Gran Rabino de Roma muy emocionado ante el féretro de Juan Pablo II, sin duda, recordaba aquellas palabras que un día oyera de sus labios: “los judíos son nuestros hermanos mayores en la fe”. Fue el primer Papa que rezó, como hacen los judíos, ante el muro de las lamentaciones, en su visita a Jerusalén.
Fue el primer Papa que se acercó a los musulmanes, como tercera religión monoteísta del mundo, incluso, visitó la gran Mezquita de Damasco.

Fue el primer Papa que pidió públicamente perdón a la humanidad en nombre de la Iglesia por los errores cometidos por los cristianos de todos los tiempos.
Fue un Papa que, como muchos de sus antecesores, fue de la mano de su Madre y Maestra, la Santísima Virgen María, de la que fue fiel y devotísimo hijo. Aprovechó todas las ocasiones para inculcar su devoción y encomendarnos a su maternal corazón. Su espiritualidad eucarística y mariana es un paradigma de autenticidad cristiana y un vivo ejemplo para todos los creyentes. 

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