En
la década de los sesenta la Iglesia Católica celebró el Concilio
Vaticano II con la finalidad de poner de manifiesto el verdadero
rostro de la Iglesia de Cristo. A su finalización, un aire renovador
invadió todos los estamentos eclesiales y el optimismo prendió en
gran parte de los obispos, teólogos y pueblo de Dios.
Pero,
no pasó mucho tiempo en aparecer la decepción en muchos viendo la
ralentización e incluso la marcha atrás en muchas de las ideas
proclamadas por el Concilio.