martes, 6 de septiembre de 2011

8.- LA ESCASEZ DE SACERDOTES

España, ante la sequía vocacional de sacerdotes, está en alerta amarilla; otros países europeos están en alerta roja. A nivel mundial, más de la mitad de los católicos no pueden celebrar la Eucaristía dominical por falta de sacerdote que presida la celebración.
La asamblea dominical sustituye a la Misa
Ante tal situación, cada vez se confía más en los laicos para el anuncio de la Palabra y la animación de las comunidades cristianas. En diversas partes del mundo, sobre todo en América Latina, hay poblaciones numerosas que carecen de sacerdote, o que sólo le ven una vez cada cierto tiempo.
En estas poblaciones se ha instalado la llamada “asamblea dominical” que sustituye a la Misa y que está presidida por religiosas o por laicos, los cuales convocan, hacen las lecturas, anuncian la Palabra, presiden las oraciones y distribuyen la Comunión con formas consagradas en una Misa celebrada muchos días antes, cuando pasó por allí el sacerdote.

¿Puede la Iglesia instalarse permanentemente en la práctica de asambleas dominicales?
La Iglesia impone a sus fieles la obligación de participar en la Eucaristía dominical, pero, en muchos sitios, es incapaz de ofrecerles su celebración por la escasez de sacerdotes. Es un contrasentido.
La práctica permanente de asambleas puede llevar a muchos fieles a no distinguirlas de la verdadera Eucaristía. Los niños y jóvenes que crecen viendo de tarde en tarde al sacerdote y celebrando la asamblea todos los domingos, a cuya asistencia es mucho suponer, difícilmente podrán distinguir la diferencia entre asamblea y Misa.
El sacerdote que asiste a estas comunidades, de tarde en tarde, deja de ser el animador espiritual de las mismas, convirtiéndose en un distribuidor itinerante de sacramentos. Si los fieles se habitúan a las asambleas, presididas por los laicos, la figura del sacerdote se volverá casi innecesaria y su imagen social será menos entusiasta y atractiva de cara al fomento de nuevas vocaciones.

Panorama poco alentador
En nuestra nación hay muchos sacerdotes que tienen que atender espiritualmente a varios pueblos o aldeas muy dispersos y carecen materialmente de tiempo para hacerlo en profundidad y, a veces, ni siquiera tienen un transporte adecuado a su necesidad. Consecuencia: Se limitan a lo más esencial, celebrar la misa dominical y salir corriendo para llegar a tiempo al pueblo siguiente.
La situación, lejos de arreglarse, tiende a empeorar. La edad media de los sacerdotes en España es muy alta, y lo mismo sucede en la mayor parte de las naciones. Si sigue el actual ritmo, dentro de no muchos años, muchas de las diócesis españolas no podrán tener ni siquiera un sacerdote por parroquia en las grandes ciudades y qué decir de los pueblos....

¿Qué atractivo se ofrece a la juventud para que no abandone la práctica religiosa o para que se integre en la misma?
La juventud no aguanta unas celebraciones tristes, rutinarias y que nada les dice para su vida. Se objeta que esa conducta revela falta de fe. Ciertamente, pero se olvida que la fe necesita el soporte de una buena formación y que ésta está fallando por parte de los sacerdotes que deberían darla.
En las parroquias, tanto de ciudades como de pueblos, donde hay un sacerdote, bien formado, que se ocupa personalmente de la formación y edificación cristiana de la juventud, ésta responde, y hay jóvenes repartidos en los diversos movimientos parroquiales.
Si los jóvenes han abandonado la práctica religiosa, no es justo imputarles a ellos toda la culpa, hay que repartirla con los que tenían la obligación de acogerles e instruirles y no lo han hecho o lo han hecho tan mal que les han ahuyentado.

¿Qué hacer ante la escasez de sacerdotes?
Muchos sacerdotes, cada fin de semana, celebran varias misas, unos en la misma parroquia, otros en distintos pueblos. El sacerdote corre el peligro de caer en la rutina, con todo lo que eso significa para su propia espiritualidad y para la edificación de los fieles. Es lamentable el espectáculo de algunos sacerdotes en sus celebraciones, con prisas, sin recogimiento y sin unción; dan la impresión de estar realizando un trabajo a desgana y no una celebración eucarística.
Los obispos deberían recaban de los superiores religiosos que los sacerdotes de los conventos y colegios se impliquen los domingos y días festivos en la celebración de misas en las parroquias. No parece correcto que un sacerdote secular tenga que celebrar varias misas, mientras haya sacerdotes religiosos que o no celebran o lo hacen sin fieles.

El celibato sacerdotal
Es indiscutible que la exigencia del celibato disuade a muchos candidatos potenciales al sacerdocio. La Iglesia latina debería estudiar serenamente la posibilidad de ordenar a varones casados.
El Concilio Vaticano II reconoció que “el celibato no viene exigido por la naturaleza misma del sacerdocio, como se ve por la práctica de la Iglesia primitiva y por la tradición de las Iglesias orientales, donde, además de aquellos que, juntamente con todos los obispos, eligen por don de la gracia la guarda del celibato, hay también presbíteros casados muy beneméritos”  (Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 16)
Jesús dijo: “Hay quien se hace eunuco a sí mismo por amor al Reino de Dios” (Mt 19, 12)
En este contexto, eunuco es el que no puede casarse, no por imposibilidad física, sino por una decisión personal que comporta una incapacidad existencial, es decir, que no puede llevar una vida matrimonial por estar fascinado por el Reino de Dios, al que quiere consagrar todas sus energías y todo su tiempo.
El célibe por el Reino ha encontrado “su perla preciosa”, “su tesoro” y para él, todo lo demás, por muy valioso que sea, pasa a segundo término. El célibe por el Reino es un signo de luz para la Iglesia y para el mundo.
Pero, cabe preguntarse, ¿sólo los célibes pueden fascinarse por el Reino de Dios?
Las demás vocaciones, en concreto la matrimonial, ¿excluyen, en cuanto tales, la fascinación por el Reino?
Parece claro que la fascinación por el Reino de Dios no está tanto en la vocación concreta cuanto en la forma de vivir esa vocación. Todos, célibes y casados, estamos llamados a ser luz del mundo y a ser testigos de la Buena Nueva.
El celibato sacerdotal no debe ser un tabú en la Iglesia. Es lamentable que en la VIII Asamblea ordinaria del Sínodo episcopal (1990), cuando algunos padres sinodales pidieron la ordenación de varones casados, la Curia interpretase la petición como “desnaturalización del sacerdocio jerárquico” y como “tentación de recurso a soluciones innovadoras”.
Como único comentario a esta interpretación tan fuera de lugar de la Curia, remito a la cita anterior del Vaticano II.

La respuesta a celibato sí, celibato no, en mi opinión es:
Celibato sí; pero, opcional. Como una opción ejercida, no solamente antes de la ordenación sacerdotal, sino en cualquier momento de la vida de los sacerdotes. El ser humano se caracteriza por su libertad y su capacidad de crecimiento y adaptabilidad a las diversas circunstancias.
No veo por qué razón la opción del celibato deba ser “para toda la vida”. Las circunstancias personales del sacerdote son muy distintas en la etapa de su formación y en la del ministerio. Al cambiar las circunstancias puede cambiar también la perspectiva desde la cual son abordadas y el que un día prometió guardar el celibato, puede, en otro momento, desear casarse y seguir siendo un buen sacerdote.

También es positiva mi respuesta a la ordenación de varones casados.
En cuanto al argumento de la plena disponibilidad, aducido por los defensores del celibato a ultranza, se desinfla fácilmente si recordamos que gran parte de los sacerdotes actuales dedican la mayor parte de su tiempo a cuestiones que poco o nada tienen que ver con su ordenación sacerdotal, en sentido estricto, como son las curiales, las judiciales, la enseñanza, etc. ¿Por qué exigir más disponibilidad a los posibles sacerdotes casados que la exigida actualmente a los sacerdotes célibes?


No hay comentarios:

Publicar un comentario