Si ejemplar para el hombre es el “trabajo” de Dios, también lo es su “descanso”. El descanso de Dios no ha de interpretarse como inactividad, porque Dios, por su propia naturaleza, nunca puede dejar de actuar.
El “descanso” de Dios subraya la plenitud de la obra llevada a término y expresa el fin de un trabajo “bien hecho”.(Gen 1, 31); es un tiempo para gozar de la obra realizada, una mirada complaciente sobre todas las cosas, en especial, sobre el ser humano, vértice de la creación.
Se puede intuir la relación que Dios quiere establecer con la criatura, hecha a su imagen y semejanza, llamándola a comprometerse en un pacto de amor.
Este pacto se plasmará después en la Alianza con Israel y en la salvación en Cristo, Verbo encarnado, mediante el don del Espíritu y la institución de la Iglesia para distribuir la misericordia y el amor del Padre a toda la humanidad.
“Bendijo Dios el día séptimo y lo santificó” (Gen 2, 3)
El día del “descanso” es el día bendecido y santificado por Dios, es el día del Señor. Dios no es Dios de un solo día, sino de todos los días, a Él le pertenecen el tiempo y el espacio. Toda la vida del hombre y todo su tiempo deben ser vividos como alabanza y agradecimiento al Señor; pero el hombre necesita tiempos de oración para relacionarse con Dios; tiempos en los que, a través de un intenso diálogo, pueda ofrecer a Dios todas las dimensiones de su persona.
El “día del Señor” es, por excelencia, el día de esa relación especial, en la que el hombre, como portavoz de toda la creación, canta y alaba a Dios.
El séptimo día, bendecido y santificado por Dios, es el día del descanso. La interrupción de las ocupaciones ordinarias que, a veces, tienen un ritmo avasallador y despersonificador, es una necesidad humana para recuperar las fuerzas y disponer del tiempo necesario para establecer la relación explícita e intensa con Dios.
“Recuerda el día del sábado para santificarlo” (Ex 20, 8)
“Pues en seis días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo el Señor el día del sábado y lo hizo sagrado” (Ex 20, 11)
Más que imponer algo que “hacer”, el mandamiento señala algo que “recordar”. El fiel israelita es invitado a descansar no sólo como Dios ha descansado, sino a descansar en el Señor, refiriendo a Él toda la creación, en la alabanza, en la acción de gracias, en la intimidad filial y en la amistad con Dios Padre.
El contenido del precepto no es primariamente la interrupción del trabajo, sino la celebración festiva y gozosa de las maravillas obradas por Dios.
El descanso proporciona tiempo, pero es el recuerdo, lleno de agradecimiento y alabanza a Dios el que da al día del sábado su pleno significado.
Del sábado al domingo
Los cristianos, percibiendo la originalidad del tiempo nuevo y definitivo inaugurado por Cristo, hemos asumido como festivo el primer día después del sábado, porque en él tuvo lugar la resurrección del Señor.
El domingo, primer día de la semana, asume todo el significado del sábado judío, complementándolo con la celebración del misterio pascual, revelación plena del misterio de los orígenes, vértice de la historia de la salvación y anticipación de la realización definitiva con la segunda venida de Cristo, al fin de los tiempos.
Del sábado judío se pasa al primer día después del sábado; del séptimo día judío al primer día de la semana cristiano, del día de Yavé al día del Señor.
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