martes, 27 de septiembre de 2011

23.- EL CRISTIANO, HOMBRE DE ORACIÓN

“¿Está afligido alguno entre vosotros? Ore. ¿Está de buen ánimo? Cante salmos. ¿Alguno está enfermo? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del  Señor, y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor le hará levantarse y los pecados que hubiere cometido le serán perdonados. Confesaos mutuamente vuestras faltas y orad unos por otros para que seáis curados. Mucho puede la oración fervorosa del justo (Sant 5,13-16).

La oración es la respiración del cristiano.
Respirar es vivir, si no lo hacemos, morimos. Respiramos profundamente cuando necesitamos más acúmulo de oxígeno debido al mayor gasto efectuado en el trabajo o el deporte. El organismo trata del restablecer el orden proveyendo a la necesidad de cada momento; si no lo lograra, la vida estaría en peligro y habría que aplicar otros métodos con los que intentar recuperar la salud. 
Todo esto vale para la vida espiritual del creyente y su unión vital con Cristo.

Orar es respirar al Espíritu”, introducirse en el interior de Jesús y dejar que El se meta en el nuestro y presente al Padre las alabanzas y las súplicas de sus hijos.
El ser humano no puede vivir sin oxígeno. Tampoco el creyente puede vivir como tal sin oración, que le una con Dios y con sus hermanos.
La oración, como la respiración, debe ser pausada y tranquila en tiempo de paz y bonanza; pero, debe ser profunda, desgarradora y sin tregua en épocas de mucha necesidad, de mucho trabajo o de mucho dolor.
Todos conocemos por propia experiencia lo mal que se pasa cuando a uno le falta  el  aire, el organismo  se pone en alerta y el color cianótico aparece , delatando al exterior el estado verdaderamente grave de esa persona. Conocida la gravedad, se  ponen los medios extraordinarios para socorrer al enfermo.
Siguiendo con la comparación - oración, respiración -, observamos que, en la vida espiritual, hay enfermos que no respiran al Espíritu, porque no le conocen, porque no creen en El, o, simplemente, porque respiran otros aires, que piensan les hacen más libres.

No hay peor ciego que el que no quiere ver, y no hay peor enfermo creyente que el que no quiere “respirar al Espíritu Santo”. Necesitan de almas caritativas que, viendo su estado espiritual cianótico, les echen una mano, intenten abrirles los ojos y oren por ellos y con ellos.
Es alarmante el grado de ceguera espiritual de gran parte de nuestra sociedad. El grito de Nieztsche “Dios ha muerto”, parece ser una realidad para muchos de nuestros conciudadanos.
Sin embargo, desde el Concilio Vaticano II, por todas partes soplan aires de renovación, por doquier surgen grupos que, animados por el Espíritu, intentan vivir los valores del Evangelio y ser testigos de esperanza
La oración, en privado y en público, les da fuerza y valor para ser testigos de Jesús.
Los cristianos tenemos una misión que cumplir en la sociedad: Dar testimonio, con palabras y obras, de Jesús y de los valores de su Reino.
Vivimos en una sociedad corrompida, somos parte de ella; pero, hemos de permanecer ajenos a toda corrupción y practicar los valores evangélicos; esto es imposible sin hacer oración.
Así lo han entendido todos los que han hecho de la oración y de los sacramentos su arma preferida para transformar el mundo.


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