Jesús se reveló como la luz del mundo
Los romanos celebraban “el día del sol” con diversos cultos con los que proclamaban la divinidad del astro rey.
Los romanos celebraban “el día del sol” con diversos cultos con los que proclamaban la divinidad del astro rey.
Los cristianos de los primeros siglos cristianizaron esta fiesta pagana y orientaron la celebración de este día hacia Cristo, verdadero “sol” de la humanidad. San Justino, escribiendo a los paganos, les dice que los cristianos hacen sus reuniones en “el día llamado del sol”.
Cristo luz del mundo
El tema de Cristo “luz del mundo” (Jn 9,5) es constante en la literatura, tanto oriental como occidental, haciéndose eco de las palabras de Zacarías que anuncia a Cristo como “el sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en las tinieblas y en las sombras de la muerte” Lc 1, 78-79), o de las del anciano Simeón que presenta a Cristo como “la luz que ilumina a los pueblos” (Lc 2, 32). Ya lo había profetizado Isaías:“El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz” (Is 9, 2)
El tema de Cristo “luz del mundo” (Jn 9,5) es constante en la literatura, tanto oriental como occidental, haciéndose eco de las palabras de Zacarías que anuncia a Cristo como “el sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en las tinieblas y en las sombras de la muerte” Lc 1, 78-79), o de las del anciano Simeón que presenta a Cristo como “la luz que ilumina a los pueblos” (Lc 2, 32). Ya lo había profetizado Isaías:“El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz” (Is 9, 2)
El día del bautismo, el nuevo cristiano, representado por los padrinos, recibe una luz encendida, que simboliza la luz de Cristo resucitado; esa luz que el cristiano debe conservar encendida en su corazón y en su vida. El testimonio de su fe será la luz que iluminará a su alrededor. L brillante luz de Cristo se hace presente en el mundo a través de las pequeñas candelas de los creyentes.
Por sus obras y palabras, Jesús se reveló como “la luz del mundo, la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1, 9) La luz de Cristo dimana de lo que Él es en sí mismo, “porque en Él está la vida y la vida es la luz de los hombres” (Jn 1, 4)
El día del don del Espíritu
En la tarde de Pascua, Jesús se apareció a los Apóstoles y soplando sobre ellos, les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 22)
La efusión del Espíritu fue el gran don del Resucitado a sus discípulos el domingo de Pascua. Cincuenta días después, en otro domingo, el día de Pentecostés, el Espíritu descendió como “viento impetuoso y fuego” sobre los apóstoles reunidos con María, la Madre de Jesús.
Pentecostés no es sólo el acontecimiento originario, sino el misterio del Espíritu que anima constantemente a la Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad en la búsqueda de la verdad y del bien.
El domingo es el día de la celebración de la Pascua cristiana y también el día del don del Espíritu Santo.
El domingo es el día de la fe
El domingo es el día en que los cristianos renovamos nuestra fe; por eso, entre todos los demás, éste es por excelencia el día de la fe.
Celebramos el memorial de la pasión, muerte y resurrección del Señor. En la asamblea dominical se renuevan los hechos fundamentales de nuestra fe, La asamblea, como Tomás, se siente interpelada: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo sino fiel” (Jn 20, 27)
La liturgia prescribe el rezo o el canto del “Credo”, que es la profesión de fe, para renovar la adhesión a Cristo hecha en el bautismo y en la confirmación. El domingo confesamos todos juntos una sola fe, un solo bautismo , un solo Dios y Padre.
El domingo es el día de la predicación de la Palabra de Dios.
La Palabra, cuando es aceptada, instruye, conforta y anima la fe de los creyentes. La lectura de la Palabra de Dios y la homilía del sacerdote son las semillas esparcidas por el Sembrador en los corazones de los fieles. La acogida será, semejante a la de la parábola del sembrador, del diez, treinta, cuarenta o cien por cien
El que acoge la Palabra con fe y sencillez acoge al Señor en su corazón: al mismo Señor que, después, recibirá en la Eucaristía, Jesús resucitado, al que acata y adora, con Tomás, diciendo: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28)La Palabra, cuando es aceptada, instruye, conforta y anima la fe de los creyentes. La lectura de la Palabra de Dios y la homilía del sacerdote son las semillas esparcidas por el Sembrador en los corazones de los fieles. La acogida será, semejante a la de la parábola del sembrador, del diez, treinta, cuarenta o cien por cien
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