La aldea global no sólo produce encuentros en lo económico y cultural, sino también en lo religioso. Con la globalización, ya no hay espacios reservados para una única religión, todos se van haciendo permeables, aunque muchos con enormes dificultades y reticencias.
La historia de la humanidad está llena de luchas fratricidas, fanatismos e intolerancias en los que la religión ha sido su móvil o pretexto.
En innumerables fechas y lugares, cuando dos religiones han tenido que compartir un mismo espacio geográfico, más pronto o más tarde, ha corrido la sangre. Es una triste experiencia.
Recordemos algunos conflictos que, ahora mismo, envenenan la paz: Palestina (judíos y musulmanes), Kosovo (ortodoxos y musulmanes), Timor Oriental ( Católicos y musulmanes), Cachemira (hindúes y musulmanes), Chechenia (ortodoxos y musulmanes), Sudán (cristianos y musulmanes) e Irlanda del Norte (católicos y protestantes).
El camino del diálogo es largo, difícil y urgente.
“El diálogo interreligioso ha cobrado una urgencia nueva e inmediata en las actuales circunstancias históricas”, decía Juan Pablo II, en 1992.
“El diálogo interreligioso ha cobrado una urgencia nueva e inmediata en las actuales circunstancias históricas”, decía Juan Pablo II, en 1992.
Hace más de cien años, refiriéndose a la primera reunión del Parlamento Mundial de las Religiones (Chicago, 1883), el Papa León XIII decía: “No más asambleas promiscuas”.
El tiempo, el trabajo y la buena voluntad de muchos han desgastado resentimientos e intolerancias y así en de Octubre de 1986, Juan Pablo II convocó, en Asís, a representantes de diversas religiones para orar juntos por la paz.
Entre León XIII y Juan Pablo II están, además de otros Papas, el Concilio Vaticano II y el Papa Pablo VI.
Todo diálogo es difícil; pero más el diálogo interreligioso.
Antonio Machado decía que, en toda reunión, casi siempre, “de diez cabezas, nueve embisten y una piensa”.
Y es que son muchas las dificultades para un verdadero diálogo interreligioso.
Las diferencias políticas, económicas, sociales y étnicas que están, más o menos, asociadas a las diferencias religiosas.
El resentimiento mutuo provocado por las intolerancias del pasado.
El conocimiento insuficiente y deformado de las demás religiones.
Y un cierto grado de inseguridad inconsciente que, ante la presencia de otra religión, hace temblar por la pérdida de la propia identidad religiosa.
Diálogo interreligioso, ¿para qué?
Para intentar compartir experiencias religiosas de oración; orar juntos en una búsqueda común del Absoluto.
Para profundizar en el mutuo conocimiento, que llevará a todos al mutuo respeto, a la tolerancia, al espíritu de apertura, a ver lo bueno que, sin duda, hay en el otro y a no ver sólo lo malo.
Para tratar de que todas las religiones formulen juntas el compromiso de trabajar, en sus respectivos países, por la implantación de los valores humanos.
El diálogo interreligioso no menoscaba, sino que enriquece
El diálogo con los miembros de otras religiones no tiene por qué erosionar la propia identidad religiosa, ni entrar en colisión con el deber evangelizador de los cristianos de proclamar a Jesucristo único Salvador de la humanidad.
Todo debe hacerse con suma prudencia. Antes del Vaticano II, se decía que “la Iglesia Católica es la Iglesia de Cristo”; el Concilio dice, en la Lumen Gentium, 8b, que “la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia Católica, pero también fuera del recinto de la Iglesia Católica pueden reconocerse muchos y muy importantes elementos que dan vida a la Iglesia” (Unitatis redintegratio, 3b).
Es más, añade que “no hay que admirarse porque algunos aspectos del misterio revelado, a veces, se hayan captado mejor y se hayan expuesto con más claridad por unos que por otros” (Ibidem, 17 a)
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